¿Qué decir de Acción de Gracias, de Richard Ford?


Sobre decirle que no a la muerte. Creo que sobre eso va la tercera de Bascombe (quien en su tercera aparición literaria se ha convertido “en anfitrión de un tumor de crecimiento lento en la glándula prostática”). Un Frank Bascombre que entiende la (reciente) matanza de Columbine como la simple “persistencia de la maldad pura”, no como una consecuencia de equivocadas formas de vida en pos del lujo. Un Frank Bascombe que es un agente inmobiliario y, como tal, comparte un objetivo con los novelistas: crear trascendencia “simplemente eligiendo, modificando y contando episodios vitales descontrolados”; crear “trascendencia vendiendo”, una cosa económicamente agradecida, más que la actividad del novelista (sí, ¿Richard Ford?). Un Frank Bascombe “licenciado en la concisión espiritual del Periodo Permanente, la época de la vida en que lo poco que uno dice viene entre comillas, cuando no hay muchas voces disidentes que te musiten dudas en la cabeza, donde el pasado parece más genérico que específico, cuando la vida es más destino que viaje” (es decir, el periodo en la vida de las personas “cuando la integración personal por fin se ha realizado”). El Periodo Permanente “viene cuando viene”, no a una edad determinada, y es “el fin del perpetuo devenir”, de ese creerse uno que la vida le planea maravillosos cambios. Sus beneficiosos efectos son la “ausencia de miedo al futuro, la imposibilidad de fracaso vital y el pasado reducido en su conjunto a un agradable borrón rosado”. Y, en él, cuyo primer principio es no hacerse muchas preguntas, “todo quebranto absoluto puede ser fatal”.

Acción de Gracias, una novela estadounidense (“Estados Unidos es un país perdido en su propio documento de garantía”) que transcurre, esencialmente, en noviembre del año 2000 (en los días anteriores y en el propio Día de Acción de Gracias de aquel año), en la que se dice de alguien muerto que querría que pusiera en su lápida ‘soportó alegremente a los imbéciles’; una novela en la que su protagonista (sí, Frank) odia a los hombres de su edad (de alguna manera a todos, dice preferir a un perro) pues piensa que todos, él mismo, emanan “una sensación de juventud perdida y tragedia en el horizonte”. Porque sí, quizás esta novela sea una novela sobre la juventud perdida y una tragedia en el horizonte.

El prójimo, en realidad —si no se es muy exigente—, no es tan malo”.

El ayer sirve para que nuestra personalidad se vea influida por el pasado (ese “conjunto ordenado y melancólico”), dicen Ford/Bascombe. Y también que “la vida es extraña, ¿qué le vamos a hacer?” Una vida durante la cual a todos acaba por ocurrirnos todo, lo bueno, lo malo, lo indiferente, “si andamos por este mundo lo suficiente”. Una vida que, “en gran parte, es sencillamente injusta”: algo que uno, Bascombe, va sabiendo cuanto más viejo se va haciendo, y “lo único que puede hacerse es empezar a acostumbrarse a este hecho, a distinguir entre asombro y desconcierto”. Todo esto no es más que “otra versión del miedo a morir”. Porque “la vida es algo que te pasa única y exclusivamente a ti”.
  
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