Los años del hambre español
Una de las grandes novedades entre los libros de historia del franquismo de
este peculiarísimo y escalofriante año 2020 es Los años del hambre
(historia y memoria de la posguerra franquista), coordinado por Miguel
Ángel del Arco Blanco para la editorial Marcial Pons.
Los historiadores que hemos escrito sobre el franquismo hemos
escrito sobre todo sobre el primer franquismo, a decir de la introducción del
libro (escrita por Del Arco). Pero, siendo así, esos historiadores hemos
publicado muy poco sobre algo esencial a esa fracción de la larga dictadura
del general Francisco Franco, el hambre. Sí, nos vamos a aquellos años
españoles transcurridos entre el fatídico año 1939 y 1951.
“Tened presente el hambre”: los versos de Miguel Hernández,
muerto (en su confinamiento de derrotado de la guerra) cuando el hambre ya
hacía estragos (como los hacía antes del final de la guerra, durante la guerra
misma, en especial en la retaguardia de los leales), son escogidos para
abrir este libro y es de agradecer ese esfuerzo por darle la voz y la
palabra a un poeta. Pero yo prefiero aprender del pasado de la mano de los
historiadores, porque la poesía explica aquello que es inexplicable. Y el
pasado nunca lo es (inexplicable).
Como demuestra el estudio que hace Jorge Marcos de la actitud del
clandestino Partido Comunista de España (PCE) respecto del hambre sufrido por
la mayoría de la población española, si alguien (el PCE desde luego) esperaba
que el hambre y la corrupción propiciaran que la oposición se activase
contra el régimen franquista lo que hicieron realmente fue contribuir a su
consolidación y fortalecimiento (la gestión del hambre fue “un instrumento
de fidelización y sometimiento”).
Cuando hablamos de primer franquismo vale decir posguerra,
que es el término más utilizado a lo largo del libro que nos ocupa. Pues bien,
durante la posguerra española, durante los años del hambre, se calcula
que (siguiendo a Del Arco, en el primer artículo de esta obra: ‘Las
hambrunas europeas del siglo XX y el lugar de los años del hambre’) “un
30% de la población estuvo por debajo de las necesidades estimadas (unas 2.250
kilocalorías), lo que tendría funestas consecuencias para su salud. Los años
del hambre deben ser entendidos por tanto como la hambruna española”.
Ese proyecto nacional, casi imperialista (aunque parezca increíble), que es
la política económica autárquica del primer franquismo “fue determinante en el
descenso de la producción agrícola y en las alteraciones económicas que dieron
lugar a problemas de abastecimiento”. Aunque esta hambruna, como otras
similares de la Europa de aquella primera mitad del siglo XX, tiene su origen
en causas ligeramente ajenas a la dictadura (la guerra es también la causa de
la dictadura, luego no del todo), fueron las políticas franquistas las que
la desencadenaron.
La hambruna afectó sobre todo al sur peninsular, “donde se
encontraban las regiones socialmente más polarizadas y agrícolas (al arco
existente entre las provincias de Murcia, Castilla-La Mancha, Andalucía y
Extremadura”: en esta última región se calcula que la mitad de la población pasó
hambre “de una manera implacable” en la década de 1940, según explican Sergio
Riesco Roche y Francisco Rodríguez Jiménez en su artículo dedicado
al campo extremeño entre 1900 y 1952); y fundamentalmente a “las clases
sociales más bajas que no tenían acceso a los productos agrícolas o
alimenticios con los que alimentarse”, ni podían practicar el estraperlo. Especialmente,
los más perjudicados fueron los trabajadores del mundo rural.
Como el régimen de Franco no reconoció nunca la existencia de aquella hambruna,
poco hizo por paliarla: el racionamiento fue mal gestionado e insuficiente en
sí mismo, de hecho, las autoridades locales lo gestionaron como un sistema de
premios, para los vencedores, y de castigos, para los vencidos —como explica Claudio
Hernández Burgos en ‘El discurso de la miseria’—; y su “instrumento estatal
de beneficencia”, Auxilio Social, fue más una herramienta de control de los
vencidos que otra cosa (y “tuvo que hacerse cargo de su propia financiación,
sin recibir el suficiente apoyo económico estatal”, como leemos en otro
artículo del libro, el escrito por Francisco Jiménez Aguilar). Por la
misma razón (ignorar que hubiera hambruna alguna), la dictadura franquista
también se negó tanto a recibir ayuda internacional de la Cruz Roja como a
permitir la emigración (esto último hasta el año 1945). El hambre y su contexto
brutal como elemento desmovilizador potenciaron el poder de la
dictadura. Además, el final del hambre o su reducción en la década de los 50
sirvió para que el régimen, que siempre consideró que el hambre había sido
causado por la barbarie roja y se prolongó por culpa de la Segunda
Guerra Mundial, añadiera a su legitimación una medalla más.
Como podemos leer en el ya mencionado artículo de Hernández Burgos…
“La posguerra y la prolongación de las
malas condiciones de vida debían entenderse, según el axioma presentado por el
régimen, como la necesaria cadena de sacrificios y privaciones que había
tenido que experimentar España para su regeneración nacional”.
En torno a ese elemento desmovilizador que acabaron por ser las secuelas
del hambre, podemos leer a Gregorio Santiago Díaz una reflexión en su
artículo ‘Cuando el hambre no solo mata: trastornos y enfermedades
alimenticias en la España de los años 40’:
“El hambre no sólo fue importante porque
mataba, sino que lo fue precisamente porque no lo hacía: dejaba débiles y
vulnerables ante las enfermedades a amplios sectores sociales que
priorizaban la búsqueda del sustento a la movilización política en contra
del régimen franquista”.
Por su parte, Alejandro Pérez Olivares, en ‘Abastecer, racionar y
pasar hambre. Franquismo y control social en la posguerra’ (donde usa la
ingeniosa expresión de primera escasez para los productos ‘de primera
necesidad’), considera que “a través del control de la distribución y el
consumo de los productos más básicos, la dictadura afirmó su perfil punitivo
al tiempo que consolidó su legitimidad. Es decir, profundizó en la construcción
de un régimen que tuvo en la gestión del hambre uno de sus grandes retos”. Tras
la guerra, el hambre “se convertía en una presencia cotidiana en las calles y
desaparecía de los periódicos, barrido por la censura”. Por tanto, la dictadura
no sólo no acabó con el hambre sino que en sus primeros quince años, la
sociedad española, buena parte de ella, sufrió “un hambre persistente, un
abastecimiento insuficiente y un racionamiento ineficaz”. De hecho, la razón de
todo ello es que aquella sociedad, la del régimen franquista, no se olvide,
estuvo configurada por la llamada cultura de la Victoria (en
feliz expresión de Hernández Burgos).
[...]
Este texto pertenece a mi artículo ‘Más cornás da el hambre: historia de la posguerra franquista’, publicado el 29 de junio de 2020 en Nueva Tribuna, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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