La gente miente (llámame fascista); POR Gaizka Fernández Soldevilla


En agosto de 1961, el Gobierno de la República Democrática Alemana (RDA), un satélite del régimen totalitario de la URSS, erigió el Muro de Berlín para que sus ciudadanos no escapasen a la parte capitalista del país, o sea, a la República Federal Alemana (RFA). Como la verdad no sonaba muy bien, las autoridades comunistas lo bautizaron como «Muro de Protección Antifascista» (Antifaschistischer Schutzwall). Dudo que ningún alemán se tragara aquella patraña, pero estaban acostumbrados a ese tipo de propaganda. Baste recordar que el nombre de la dictadura era República Democrática Alemana y que, evidentemente, de democrática no tenía nada. Era un eufemismo, el mismo que se empleaba en el resto de democracias populares del Bloque del Este que había impuesto la URSS. Por supuesto, la mentira política no es monopolio del comunismo. Para disimular su auténtica naturaleza dictatorial, el régimen franquista se autodenominaba democracia orgánica. ¿Algún despistado ciudadano español de aquella época pensó alguna vez que vivía en democracia? ¿Y cómo olvidar la "Alternativa Democrática" que ETA nos ofreció en 1995? ¿Alguien se creyó que era democrática? ¿Era ETA antifascista cuando acusaba al Gobierno de Adolfo Suárez (y todos los siguientes) de ser fascista?

Hoy hay individuos y movimientos que se autodenominan antifascistas para legitimarse cuando insultan en redes sociales, tiran estatuas, hacen pintadas (¡incluso contra seres mitológicos!) o queman containers para protestar contra la libertad de expresión de quien no piensa como ellos (¡sic!). Por mí, como si se llaman ultradadaístas o neoaustralopithecus: sé lo que son y lo que no son. Lo que no logro entender es por qué algunos medios de comunicación repiten como un mantra el carácter antifascista de estos tipos, como si su palabra fuese ley. Tampoco me entra en la cabeza que personas perfectamente razonables y críticas (para otras cosas) se lo crean todo a pies juntillas. Os voy a dar una desagradable sorpresa, amigos: la gente miente. Hannah Arendt le dedicó varios trabajos al tema, que hoy pueden leer en la excelente obra Verdad y mentira en la política. Y no, no se atrevan a llamarla fascista o nos veremos las caras.

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