Woody Allen no sabe que lo que hace son obras de arte

Este 2020 no es sólo el año del Covid-19. Es también el de A propósito de nada, el libro de memorias de Woody Allen, publicado en España por Alianza editorial y traducido por Eduardo Hojman

Hacer cine es fácil (imagino que más si se es un genio), basta con “contratar intérpretes excelentes y dejarlos tranquilos. Eso y terminar a las 5”.
Por su parte, el humor cinematográfico a veces puede tener truco:

“La velocidad es la mejor amiga del director de comedias”.

Le pregunto al creador de Blue Jasmine si le cuesta mucho esfuerzo hacer esas películas que hace y él escribe sus memorias para responderme:

“Hacer películas me gusta, pero carezco de la dedicación de Spielberg o Scorsese, por no mencionar otras cualidades”.

Si le pido que se extienda al respecto, él, muy amable, me suelta…

“Para mí, lo único divertido del mundo del cine reside en la realización de la película, en el acto de trabajar, de despertarme temprano, de rodar, de disfrutar de la compañía de hombres y mujeres brillantes, de resolver problemas que no son fatales si no los subsanas, de contar con grandes vestuarios y una música fabulosa. Cuando todo termina y el filme está hecho, mi criterio para juzgarlo siempre consiste en preguntarme hasta qué punto logra, hasta dónde cumple el sueño que tenía cuando estaba tumbado en la cama creando furiosamente personajes y situaciones ¿Logré el cincuenta por ciento de la idea? ¿Fallé en todo? En cualquier caso, después de una película siempre paso a otra cosa, jamás vuelvo a pensar en ella ni a verla, ni conservo recuerdos ni fotos, ni siquiera guardo copias de vídeo”.

Woody Allen es sobre todo un escritor. Lo dice él.

Escribir me gusta más que rodar, que es un trabajo físico […]. Me considero fundamentalmente escritor” y “me contento con escribir para mí”.

Y una persona muy trabajadora:

“Trabajo todo el día o, al menos, una parte de cada día de la semana, porque eso me evita tener que enfrentarme al mundo, uno de los escenarios que menos me gustan”.

[...]

Hay algunas genialidades de quienes Woody Allen tiene por maestros, pero por encima de todas ellas destaca una película. La versión cinematográfica de Un tranvía llamado deseo “es la mejor obra de arte de mi época”. Un tranvía llamado deseo “representa la combinación más perfecta de guion, interpretación y dirección que he visto en toda mi vida. […] Todas las actuaciones son sensacionales. Vivian Leigh esta incomparable, más real y nítida que algunas personas reales que conozco. Y Marlon Brando es un poema viviente, era un actor que salía a escena y cambiaba la historia de la actuación”.

Gigantes admirables, magos de la cinematografía: Ingmar Bergman es “el mejor cineasta de mi tiempo, tenía el mismo miedo que yo”: no saber dónde colocar la cámara. Con él charló telefónicamente muchas veces. Woody Allen ha tratado también con Truffaut, Godard (con quien incluso trabajó durante un breve tiempo), Resnais… Pasó mucho tiempo con Antonioni, conoció a Tati, conversó en una ocasión con Fellini, “uno de mis ídolos cinematográficos”. También con De Sica y Kazan. “Todos ellos se han ido”, menos Godard. “Toda la escena ha cambiado”. A todos ellos “quise impresionar cuando era joven”.

[...]


Comentarios

Entradas populares

Los textos incluidos en este blog son propiedad exclusiva de sus autores. Se permite su uso y reproducción, siempre y cuando se respete su integridad, se cite la fuente y su utilización no busque fines comerciales ni implique la obtención de ingresos económicos de cualquier tipo.