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Aibar, Sánchez Piñol y Molins: una guerra de cuento, El bosque

El bosc (‘El bosque’), de casi cien minutos más que suficientes de duración y rodada en 2012, es una película peculiar pero no extraña ni mucho menos peregrina, tampoco del todo chocante, especialmente si uno ya ha visto antes alguna película de su director, el suavemente inaudito Óscar Aibar, al cual conocí a finales de la década de 1980 como guionista de cómics molones, de quien quiero disfrutar de una vez su El gran Vázquez y del que conozco sus dos peculiares y vagamente sorprendentes primeras películas, Atolladero y Platillos volantes.

Con un guion del gran escritor de ficción Albert Sánchez Piñol (basado en su propio relato homónimo), con la música de Alberto Demestres y la fotografía de Mario Montero, El bosque cuaenta con un reparto en el que sólo destacan notablemente el estadounidense Tom Sizemore y, de una manera asombrosa, la actriz española María Molins, aunque también forman parte del mismo los aquí poco lucidos Àlex Brendemühl y Pere Ponce.

Por cierto, la acción de El bosque tiene lugar durante la Guerra Civil española (y no, no es otra película sobre aquéllo) y en ella yo he visto una dulce manera de considerar con nobleza a los desdichados refugiados de los conflictos bélicos.

He leído lo que sigue después de verla (seguramente también lo leí en su momento, cuando se publicó en aquel 2012) y creo que es de sumo interés para saber más sobre este film que no sé si recomendar:

“Albert Sánchez Piñol adapta su relato El bosc, incluido en el libro Les edats d’or, tomando decisiones razonables para adensar las relaciones entre sus personajes. Se pierde por el camino algo del controlado humor del original y se subraya demasiado —en especial con la llegada de los brigadistas— el sentido último de la historia: que todos somos el Otro del Otro y que una guerra civil, más que conflicto de otredades, es encrucijada de prejuicios. La película entra en la tradición abierta por El espíritu de la colmena (1973) y mutada en El espinazo del diablo (2001) y El laberinto del fauno (2006) y logra romper inercias de representación y caracterización referidas a ese periodo histórico. Podría ser un buen episodio de Twilight Zone o Historias para no dormir, pero es una película insólita, fresca y sorprendente que confirma la sana anomalía del toque Aibar”.
Jordi Costa: El País

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