Escribir, leer, esperar: Luis Landero y los cuentos que nos contamos
He leído por fin un librito que es un libro de dimensiones
estratosféricas pero que tiene pocas páginas que son muchas más de las que
tienen los libros que de verdad tienen pocas páginas. Se titula Entre líneas: el cuento o la vida y fue
escrito en 2000 por Luis Landero, uno de
los mejores literatos vivos que tengo el placer de haber leído. Lo digo mucho.
Su ¿protagonista?, Manuel Pérez Aguado, es
pongamos Luis Landero, profesor, lector y escritor, una trinidad que vive
escindida “entre alianzas y rupturas continuas”. Y ‘Trinidad en crisis’ es el
título del primero de los textos-capítulos de este libro. Para Adorno, cuanto
más se entiende de las obras de arte menos se goza de ellas. “Las pretensiones
cientificistas del conocimiento”, al usurpar “el papel de la intuición y la
sensibilidad”, reducen el goce de las creaciones artísticas. Eso nos dice Luis
Landero aquí.
‘Las cuentas de la vida’ titulo yo el fabuloso cuento titulado
realmente ‘La noche’, que es el segundo texto de
este libro.
“El mundo de las realidades ficticias: todo arte participa de la realidad
objetiva”: puedo leer en el tercer capítulo (‘Primera experiencia
estética’: clave para la comprensión absoluta de entre líneas…).
Del cuento ‘Perfil’, quiero
destacar algo, esto:
“Llorar la pérdida de lo que muere
al ser nombrado”.
Pareciera un amontonamiento de artículos, de cuentos, de reflexiones,
pero nada de eso es verdaderamente aunque premeditadamente lo parezca esta obra
de Landero. Sigo…
Consejos para la escritura que Manuel Pérez Aguado se da a sí
mismo, como intentar “expresar con precisión lo que es útil y con ambigüedad lo
que es evidente”, o “pintar” el efecto que producen los hechos, las cosas, no
pintar las cosas, los hechos. Pero lo mejor de ese capítulo, titulado ‘El
país de Maricastaña’, es cuando Luis/Manuel explica su consejo, su norma
número dos, que es la que reza así:
“Acuérdate de que vives en un país
lejano”.
[...]
Nosotros las contamos para oponernos a la muerte: como no
somos inmortales… “Hay una cierta pedagogía insana y un punto bellaca”, lo sabe
Manuel, sabe que lo primero que se hace en la escuela “es destruir el encanto y
la espontaneidad y convertir al niño o al adolescente en un adulto prematuro”.
(Lo sabe equivocadamente porque el tiempo de Landero como profesor fue ya hace
tanto tiempo… Pero no contradigo a Manuel.) Se enseñan “requilorios
gramaticales” en vez de “aprovechar la pasión y la invectiva lingüística que
hay en todo niño para fortalecer así su competencia idiomática”. El profesor
que es Manuel sabe que enseñar literatura es “poner a los alumnos en
disposición de dejarse seducir por ella”. Porque “la literatura se aprende,
pero no se enseña”. Nunca hay que olvidar que la literatura se diferencia de
los espectáculos que discriminan “los dueños de la cultura”, es “un placer que
cuesta”, que supone esfuerzo y concentración, porque es placentera y a la vez
“problemática”. Pues “pocas cosas hay tan necesarias como enseñar Historia,
Filosofía y Literatura”, tan necesarias para salvar a los humanos de la
barbarie y del olvido. El cuento que no es tampoco, aunque le toca serlo, ‘Un
recuerdo enfermo’, nos interroga:
“¿Conoceremos algún día la ley
secreta e implacable que nos rige?”
Leo, como siempre que leo a Luis, admirado, tranquilo y
vibrante el magnífico ´La sinestesia: un malentendido poético’, a
propósito de la confusión entre realidad y ficción y del reconocimiento de que "la
poesía es sobre todo el naufragio feliz de la memoria", pues “la
sinestesia surge de los rotos que el olvido va creando en la memoria”.
Por su parte, ‘Ingenio’ está escrito contra el
ingenio, que es “el irse de putas la inteligencia un sábado noche”.
“La verdad, que tantas veces fue
solo una construcción retórica, también a veces rehúye el hospedaje gratis que
ofrecen las palabras.
No, por nada del mundo intentes ser
nunca un hombre ingenioso”.
Sobre escribir bien o escribir mal, sobre escribir bien o
escribir una obra de arte, sobre eso va ‘Pasadizo de San Ginés’, sobre
lo que es “un escritor de verdad”, que es el que “vive intensamente,
excluyentemente, su vocación”. Pero con alegría, no como si le fuera a uno la
vida en ello.
‘16 de junio de 1987’ es el ¿recuerdo? del suicidio de
una pareja por amor: quizás el único texto ¿inútil? de este libro ¿magnífico?
[...]
Y al final, ‘El fin’. ¿No se pueden cambiar los
cuentos? ¿Todo lo que hacemos en nuestra vida es esperar?
Este
texto pertenece a mi artículo ‘Luis Landero: el escritor que escribe cuando
escribe’,
publicado el 10 de abril de 2020 en Analytiks, que puedes
leer completo EN ESTE
ENLACE.
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