Tener buen gusto y no tenerlo: la música que nos gusta (y la que no)

Música de mierda: un ensayo romántico sobre el buen gusto, el clasismo y los prejuicios en el pop es un magnífico libro escrito por el crítico cultural canadiense Carl Wilson. Titulado originalmente Let's talk about love. Why Other People Have Such Bad Taste, apareció en español en 2014, siete años después de su edición primigenia, traducido por Carles Andreu para la editorial Blackie Books.

El buen gusto, como su título español remarca con clarividencia, es el objeto central de este ensayo divertido, profundo y a la vez útil para quienes nos preocupamos por considerar si cuanto disfrutamos de los productos culturales, de las obras de arte, tiene algún sentido más allá del mero entretenimiento que nos haga pasar el tiempo con cierto donaire. Aunque en realidad, el protagonista esencial del libro —siéndolo en líneas generales el arte, su creación y su despliegue frente a nuestros sentidos— es la música, cómo la escuchamos, por qué una sí y otra música no, y qué nos pasa cuando la disfrutamos o creemos sufrirla.

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Lo primero que me atrapa del libro de Wilson es una pregunta. Suele pasar con los buenos libros. 

“¿Por qué odiamos determinadas canciones, o la obra entera de determinados músicos, que millones y millones de personas adoran?”

El poeta francés Paul Valéry escribió (a comienzos del siglo XX), lo sé por Wilson, que “el gusto está hecho de mil aversiones”.

Y otra pregunta para ir acercándonos lentamente al fondo del asunto:

¿Por qué no dejarse llevar [a la hora de escuchar música] simplemente por el propio placer?

Partimos del hecho de que, por mucho que en ocasionas pudiera reducirse, “la brecha entre el éxito de la crítica y el éxito popular nunca dejará de existir”. A los críticos, añado yo, les va la vida en ello. También partimos de saber que “todo el mundo tiene una biografía de gustos, una narrativa de preferencias cambiantes”. De hecho, muy probablemente descubriríamos algunas “verdades desagradables” si fuéramos capaces de analizar “nuestros miedos y odios, lo que consideramos mal gusto”. Otro punto de partida para todo esto: “civilización e hibridación son sinónimos desde hace siglos”.

Y, por fin, lo que este libro es:

Este libro es un experimento sobre gustos, un intento de abandonar deliberadamente una estética personal. Tiene que ver con las afinidades y los rencores sociales, y con cómo el arte y su comprensión pueden exacerbarlos o convertirse en un elemento de mediación. […] Sobre todo, de lo que se trata es de averiguar si los gustos de la gente, y en particular los míos, tienen algún tipo de base sólida”.


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Se dice del sentimentalismo que es manipulador: “se supone que toda la música debe manipular hábilmente al público y lograr que se conmueva”. Se dice del sentimentalismo que es falso: “todo el arte lo es, lo importante es ser una falsificación convincente, una mentira que parezca verdad”. En cuanto al punto de vista moral, reconoce Wilson que “no es tan descabellado preguntarse por qué son más loables los excesos en nombre de la rabia y el resentimiento que la falta de moderación subordinada al amor y a la conexión interpersonal”.

El historiador estadounidense Lawrence W. Levine “escribió que valorar el arte en función de su novedad o su radicalismo es ‘una falacia moderna que topa frontalmente con varios siglos de artistas folk que consideraban que su función consistía en personificar las creencias y significados de sus culturas en un idioma que sus compatriotas pudieran comprender’. El sentimentalismo en el arte popular es uno de los pocos vectores de la función de la música folk que todavía se cumple: ‘El arte está igualmente legitimado para ocupar una posición central en la experiencia común y para ofrecer a su público un sentido de reconocimiento y de comunidad’.”

¿Distorsiona la realidad el sentimentalismo al suprimir el lado más oscuro de las cosas? Carl Wilson entona uno de sus mea culpa que pueblan Música de mierda:

“Las emociones por sí mismas no son la solución a ningún problema, pero la empatía y la compasión son requisitos imprescindibles para la caridad y la solidaridad. Así pues, entre el sentimental y el antisentimental, ¿quién es el verdadero tullido emocional?
Yo, sin ir más lejos”.

Existen unos imperativos modernos, la racionalidad y la ambigüedad, que inhiben verdades reprimidas del sentimiento humano como “lo melodramático y lo sentimental”.

“Uno no es consciente de hasta qué punto sus gustos pueden ser unos controladores egoístas hasta que intenta traicionarlos”.

Es el momento de replantearnos aquella pregunta… “¿Por qué odiamos determinadas canciones, o la obra entera de determinados músicos, que millones y millones de personas adoran? Pero planteémosla ahora de una manera menos agresiva. ¿Por qué te gusta una canción?
Primer tipo de razones: una canción nos gusta “por la profundidad, la elegancia formal y el valor perdurable que crees intuir en ella, los parámetros tradicionales de la apreciación purista del arte”.
Segundo tipo: “por lo que tiene de novedoso, porque supone una aproximación original a algo viejo, aunque es posible que en ese caso solo te guste durante un tiempo breve (y que más tarde le guardes cariño porque evoca la época en que te gustaba, un recuerdo de la parte agradable de tener un pasado)”.
Tercer tipo: “porque se ha quedado anticuada, por la historia social que sus anacronismos revelan. Te puede gustar una canción porque su sentimentalismo te obliga a ejercitar las emociones”.
Cuarto tipo: “porque su sonido te resulta extraño y porque ofrece una visión de la diversidad humana”.
Quinto tipo: “porque es ejemplar, porque es la canción llenapistas o la pieza sensiblera definitiva”, o bien “porque representa un lugar, una comunidad o incluso una ideología”, o “por su popularidad, porque te vincula con la multitud: ser popular seguramente no la hace ser buena, pero en cambio sí la convierte en un bien, un servicio, y puedes escucharla para intentar descubrir el efecto que produce sobre otras personas”.

Resulta evidente que “no tenemos que amarlo todo”, no es esa la intención de Música de mierda: “amarlo todo no resolvería nada, pues eso equivaldría a no amar nada”. No se trata, no lo pretende Wilson con este libro, de que “todos terminemos teniendo los mismos gustos, por amplios que sean”. La conclusión de esta obra que cualquier apasionado sincero de la música leerá con sumo gusto es que…

“El hecho de tener preferencias musicales y gustos personales es positivo, siempre y cuando no seamos tan ingenuos como para pensar que estos son única y exclusivamente personales, ni tan egoístas como para negar la legitimidad de los gustos de los demás”.

Pero, que no decaigan nuestras ganas de buscar la belleza en cuantas obras crean los seres humanos: “el arte fallido y el arte genial existen, y vale la pena seguir intentando distinguirlos”.
Wilson lo tiene muy claro y lo plasma con singular destreza:

“Nuestros juicios no son más que un borrador en la historia del arte”.


Este texto pertenece a mi artículo Por qué nos gustan unas canciones y odiamos otras, publicado el 17 de abril de 2020 en Analytiks, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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