Tragedia y comedia, o sólo tragedia y la comedia que no tiene maldita sea
la gracia: locura, trastorno mental, trauma e infelicidad. Joker, una película estadounidense de 2019 que obtuvo once nominaciones a los
Oscar de aquel año, dura dos horas que parecen mucho menos tiempo del que uno
ha pasado contemplándola, lo cual ya es mucho decir a su favor.
Basada en personajes de cómics sumamente populares (ya sabes, la saga de Batman y tal), Joker fue dirigida (muy bien, o eso me pareció) por el director de la serie de películas de Resacón en Las Vegas, que a tanta gente les hacen tanta gracia (pero no a mí, que no pasé de la primera), Todd Phillips, autor también de su guion (junto a Scott Silver).
Además
de las canciones que escucha o baila el protagonista (de SinAtra o Glitter) o que
suenan mientras ocurren las cosas que ocurren en la pantalla (de Cream…), la música
original, la creada especialmente para el film, es obra de la compositora
islandesa Hildur Guðnadóttir, y está, junto con la
excelente fotografía de Lawrence Sher y la interpretación soberbia
de Joaquin Phoenix, entre lo mejor de este Joker
al que poco aporta un Robert De Niro ensimismado en sus muecas. No es de
extrañar que ambos, Guðnadóttir y Phoenix, ganaran los premios Oscar y Globos
de Oro correspondientes a sus respectivas facetas artísticas.
Aunque
sobre Joaquin Phoenix y su Joker atormentado y atormentador creo que puedo
decir algo: así, cualquiera, qué buen actor no querría acercarse
a un Oscar interpretando a un perturbado que le permita
desenvolverse a sus anchas en ese extraordinario chollo que es para cualquier
histrión la locura en sus estrafalarias formas surrealistas y tremendas, sin
límites ni cortapisas.
De Joker
escribió Víctor Esquirol en FilmAffinity que
es "una película amoral que nos recuerda que la anarquía tiene un
componente humorístico irresistible, incluso liberador." Yo no vi por lado
alguno ningún componente humorístico irresistible, y menos liberador.
Sí
concuerdo con Javier Ocaña cuando en El País habló
de un "grandioso ejercicio de energía visual y sonora”. También con Luis Martínez cuando opinó en El Mundo
que "desde el primer al último fotograma, todo es sencillamente negación,
resentimiento, mala intención. Y, de ahí, las carcajadas. Y el caos". Las
carcajadas de Phoenix y su Joker, claro está.
Sin
su entusiasmo, entiendo perfectamente que Oti Rodríguez Marchante pudiera publicar en ABC
que "a mil millas de la previsión, Phillips desmantela al Joker, lo
reconstruye, lo convierte en algo triste, patético y brutal”. Y sí, yo soy de
los que cree que “Joker es una gran película que no se deja disfrutar
fácilmente”. Incluso entendería que no se disfrute.
¿"Phoenix
hiela la sangre con un Joker patético y brutal”, como apuntara en su momento Nando Salvá en El Periódico?
Lo
que es evidente es que la película pretende la grandeza retratando el dolor del que
nace el odio. Tal vez ese sea su lastre, que se note esa pretensión.
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