
Leí las dos
primeras atenazado por la angustia de no entender nada. Pero no de su trama,
que es clarísima, sino de su intención. Acabada la segunda, decidí leer la
tercera. Y no sé por qué. La literatura y sus misterios de congoja intelectual.
Coetzee es un
reconocidísimo escritor premiado nada más y nada menos que con el Premio Nobel
de Literatura a quien yo había leído con
provecho, con sumo gusto e incluso con admiración. Su falsa biografía,
también publicada como una trilogía o su majestuosa Desgracia, por ejemplo, sobre todo, me parecieron obras de una
calidad tan magnífica que estos tres volúmenes supuestamente dedicados a un
personaje llamado Jesús que sin duda debía ser y es el Jesús bíblico, el Jesús
de los cristianos, iban a procurarme un entretenimiento provechoso. Pues bien.
Tras leerlos no sé qué decir.
A La
infancia de Jesús, aparecida en 2013, le siguió tres años después
(cuatro para la versión española) Los días de Jesús en la escuela y
por fin este 2019 La muerte de Jesús. Es curioso que hayan sido traducidas cada
una de ellas por un traductor diferente. Pues bien, a lo que voy…
En la primera novela de la trilogía, La infancia de Jesús, conocemos a los protagonistas de la misma, que son
David, un niño, y Simón, un varón de edad indeterminada que sin asumir su
condición de padre actuará de alguna manera (extraña como toda la triple
narración) como tal. Coetzee, el narrador, nos dice de Simón en las primeras
páginas de La infancia:
“No se siente viejo, igual que no se siente joven. No
se siente de ninguna edad en concreto. Se siente eterno, si es que eso es
posible”.
Toda la obra, sus
tres partes, es una especie de confuso y a la vez elemental libro filosófico,
místico de esa forma suya para mí incomprensible, repleto de reflexiones,
análisis y discusiones, sobre todo morales pero también metafísicas, entre sus
personajes. Me basta un ejemplo:
“¿Para qué sirven nuestros apetitos si no para
decirnos lo que necesitamos? Si no tuviésemos apetitos ni deseos, ¿cómo
podríamos vivir?”
En la lectura de
estas tres noveles, toda mi angustia se centraba más que en seguir el relato,
que fluye con una sutilidad y una digamos dulzura placentera que casa mal con
el desinterés que en mí despertaba, en preguntarme una y otra vez ¿qué
tiene que ver esto que leo con el Coetzee que yo ya he leído?
Simón, en una de
sus cientos de conversaciones mantenidas a lo largo de los tres libros, dice en
La infancia algo que me pareció que
resolvía uno de los enigmas de lo que yo venía leyendo, algo que me tranquilizó
(sólo durante unas páginas):
“Así son las cosas. El modo de ser de las cosas no
puede ser absurdo”.
[...]
La segunda novela de la trilogía es Los días de Jesús en la escuela, donde bien pronto Simón se encarga de recordarnos que los personajes que habitan el ámbito
extraordinario en el que tiene lugar lo que leemos en la trilogía de Coetzee
carecen de pasado, habitan un mundo al que han llegado para vivir en un tiempo
que empieza entonces, cuando llegaron a él en un barco: “no hay nada antes, no
hay historia”. Donde por Simón evocamos también algo que ya sabíamos desde la
lectura de La infancia, que los
personajes de estas novelas carecen de recuerdos, que poseen sin embargo “sombras de recuerdos” que se van disipando
a medida que su nueva vida es aceptada por ellos.
En uno de los
galimatías conversacionales de Los días
de Jesús en la escuela, Coetzee se
atreve a reproducir un verso de Rafael
Alberti, ese que dice “las estrellas errantes son niños que ignoran la
aritmética”, contenido en el poemario de 1929 del poeta español Sobre los ángeles. Por cierto, hablando
de español: los personajes del mundo de la trilogía de David/Jesús hablan en
español, sí. Una peculiaridad más de estos volúmenes tan deliberadamente
extraños en su perfecta narratividad casi clásica.
Lecciones morales de Simón a David. Una más, esta:
“Nunca dejes que te perdonen y nunca hagas caso cuando
te prometan una vida nueva. Lo de la vida nueva es mentira, hijo, la mentira
más grande de todas. No hay otra vida que esta. Esta es la única que existe”.
Si hay un
personaje que es el paradigma de la locura que parece insuflar buena parte de
la trilogía coetzeana para trastocar su sensible equilibrio literario ese es Dmitri, del que no quiero avanzar gran
cosa por si tienes la osadía comprensible de leerla. Un personaje que es capaz
de decirle a Simón cosas como esta:
“No te creas todo lo que digo. No es más que aire,
aire que sopla donde le place”.
[...]
La tercera novela de la trilogía, La muerte de Jesús, lleva implícita en su título su propio intríngulis:
sí, como podías imaginar, lector, fallece David.
La danza, que tan protagonista fuera ya de
la segunda entrega (sic), regresa con brío a La muerte. Coetzee escribe mientras Simón baila:
“El ritmo adormecedor de la danza, el canturreo
hipnótico de la flauta, inducen un estado de trance en el que fragmentos arrancados
del lecho de la memoria se arremolinan ante el ojo interior”.
Y si de leer se
trata la lectura tiene un papel importante en estas tres novelas, donde El
Quijote es un libro de cabecera de David sugerido por Simón, quien,
hablando de leer, le dice a su hijo:
“Leer de verdad
significa escuchar lo que un libro tiene que decir, y reflexionar sobre ello…
tal vez, incluso, tener una conversación mental con el autor. Significa
aprender cómo es el mundo, el mundo tal cual es realmente, no como tú deseas
que sea”.
Esa conversación mental con Coetzee para
que yo, lector, aprenda lo que el mundo es y no lo que yo creo o quiero, esa
conversación tiene sólo esporádicamente, en mi caso, lugar en contadas
ocasiones a lo largo de la trilogía de David/Jesús. Y es lo que en estos
párrafos que tú lees trato de explicar: por qué me ocurrió tal cosa, a mí, que
admiraba, y admiro la literatura del escritor sudafricano.
Sobre las palabras que hablan los personajes,
las palabras en español que usan porque las han aprendido en este sitio al que
han llegado desde el pasado olvidado, Simón le explica a David que las palabras
no vienen de la memoria, “porque solo
recordamos las cosas del pasado”, y lo que ocurre es que las palabras de David
que no son dichas en español (que son, como lo lees, dichas en alemán) “son una
profecía, como si recordaras el
futuro”.
¿Humor bíblico en una novela en la que
al leerla la vida de Jesús es difícil de ser discernida? Simón ve jugar al
fútbol a David y exclama:
“¡Esto no es un partido de fútbol; es la matanza de
los inocentes!”
[...]
Este texto pertenece a mi
artículo ‘Mi conversación mental con Coetzee al leer su trilogía de Jesús’,
publicado el 8 de diciembre de 2019 en Periodistas en Español,
que puedes leer completo EN
ESTE ENLACE.
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