Sidi, Pérez-Reverte, Dios y el final de las cosas
Sidi: un relato de frontera es El Cid
de Arturo Pérez-Reverte. Es la novela en la que el escritor español nos
acerca su propio héroe legendario e histórico, su propio guerrero medieval
castellano (¿español?).
Nada de
patrias, nada de Reconquista
Pérez-Reverte cuenta. Arturo Pérez-Reverte ni escribe Historia ni lo
pretende: imagina, interpreta, inventa, reescribe la leyenda y utiliza lo
que la Historia sabe sobre un infanzón castellano del siglo XI para contarnos
cómo quiere él creer que fue el ascenso al liderazgo de guerreros de frontera
que protagonizó un pequeño noble burgalés en los tiempos en los que tenía lugar
lo que durante mucho tiempo se llamó (mal) Reconquista.
Una palabra, Reconquista, que ni
aparece en su deslumbrante libro ni se la espera, tachada tras el gran análisis
casi historiográfico que el novelista español perpetra arrimado cuanto puede y
quiere al oficio del historiador, pero guiado por el profundo conocimiento de
las mejores técnicas narrativas de los urdidores de las ficciones que nos
interesan a los lectores de ficciones.
“Sidi es un relato de ficción donde, con la libertad del novelista,
combino historia, leyenda e imaginación. […] Hay muchos Ruy Díaz en la
tradición española, y éste es el mío”.
[...]
Es El Cid un infanzón, esto es, uno de los hidalgos de frontera que, a diferencia de la alta nobleza, “con sus
privilegios y rentas de la tierra debidos a hazañas familiares del pasado”,
todo lo fiaban “a sus espadas y a su presente, y sus franquicias e inmunidades
eran fruto del peligro en que vivían”.
[...]
Leyenda y liderazgo
El Cid, cuyos ojos “eran la guerra”, cuyo nombre “ya sonaba legendario”,
a quien a veces le llamaban Campidoctor,
es decir ‘dueño del campo”, campeador (Sidi
Qambitur para los guerreros peninsulares de habla árabe: ‘Señor
Campeador’); y en cuyo escudo se leía escrito en latín “Que me odien, pero que
me teman”. Una leyenda para los jóvenes que para él/con él combaten, “un
probado camarada de armas” para los veteranos. Tenido por héroe no por quienes
sabían de él por boca de otros, sino por sus propios hombres, con quienes
compartía las cotidianas zozobras de los guerreros en la guerra y en la espera
de más guerra. Y ese mundo de héroes, que tanto ama retratar Pérez-Reverte, es
aquí un espejo infatigable de comportamientos del cual deberíamos aprender
todos. Esa es la pretensión del narrador. Un nuevo hallazgo moral de discutible
necesidad, pero de impecable éxito literario.
[...]
He leído una novela de guerra,
de guerreros, una ficción perfectamente creíble escrita por alguien que
conoce bien la guerra, la real y muy presente en sus vivencias ciertas, y la
que conocemos por quienes nos explican el pasado. Y ese alguien nos describe
una guerra compuesta por “nueve partes de paciencia y una de coraje”, una
guerra hecha de esperas y muerte en la que esa paciencia necesitaba más temple
para soportar sus fatigas que lo que precisaba (lo que precisa) el simple valor.
[...]
Dios y el final de las cosas
Todo presidido por Dios, por el Dios cristiano y el Dios musulmán (“sólo
Dios sabe la verdad”, le dice a Sidi
el rey musulmán de Zaragoza). No lo olvidemos. Aquel Dios medieval que ha ido
acomodándose en un caso al diosRazón y en el otro pervirtiendo cada vez más su
dictadura emocional sobre un mundo anclado en tantas cosas a un tiempo
perturbado y perturbador.
[...]
“Sólo es importante el
final de las cosas […] Un final que lo confirme todo”.
Este texto pertenece al
artículo ‘La eternidad y el viento de la guerra: El Cid de Pérez-Reverte’,
publicado el 7 de octubre de 2019 en Nueva Tribuna, que
puedes leer completo EN
ESTE ENLACE.
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.