Llevará su tiempo. Mi vida llevará su tiempo.
25 Años de Paz, pero antes matarán a Kennedy, también a Grimau…
[el mundo ya tenía las canciones de los Beatles, las canciones de Elvis
y las canciones de los Stones, las de Roy Orbison y las de mi madre,
que ya cantaba alguna de las que salen en mis cuentos.
1963, ¡qué recuerdos aquellos!]
Nazco, nazco, salgo de allí atrás,
del pasado de dos estirpes muy simples, sencillas.
Sé poco de ellas, de aquellas gentes sorianas, santanderinas.
¿Sorianas, santanderinas?
Hoy diríamos castellanoleonesas, cántabras…
[Cuca y Ricardo, ellos, mis padres, y yo su hijo mayor,
el futuro hermano mayor, el que va y viene dentro de muchos versos
urbanos y suburbanos.]
Crezco en el estómago de Madrid,
un poco también en un antiguo pueblo que ya es un barrio más de la
capital,
también en Suances, junto al mar Cantábrico y dorado de verdes.
[Barrio de Legazpi que es de la Chopera:
mi infancia es memoria de las calles de Legazpi
y de las fuentes del Matadero donde reparar una sed pletórica
y de niños y niñas jugando al rescate y al látigo
riendo sin desgaste en los fríos y en los calores madrileños:
he olido las mañanas de mi barrio en todas las estaciones y las de mi
pueblo en verano,
las mañanas de Suances cuando los praos estaban verdes para mí y para
mi memoria;
ya te nombré, tú eres Suances, la de los atardeceres esmeraldas].
Sé poco y aprendo rápido. Mucho.
Veo a Franco en la tele, en el cine.
Algo escucho de una guerra, del hambre y de los del monte,
y de huertas junto al Manzanares y de Euskalduna en Villaverde Bajo.
[Érase una guerra civil que no se acababa nunca,
una guerra con sus buenos y con sus malos pero sin final, ya digo,
una guerra de mil días que duraba casi cincuenta años;
érase una guerra con su general ísimo y caudillo,
con sus derrotados tras alambradas o en zanjas,
con sus vencidos vivos en un cementerio sin lápidas,
una guerra con sus estancos para no fumadores.
Mi infancia son recuerdos de un patio de Villaverde
y no es broma, de un patio y sus higueras
y sus sillas de madera o de latón
y de mis abuelos Isabel y Ricardo
y de las tardes de domingos de transistores.]
Me dejo amar por mi madre, tengo hermanos, avanzo muy quieto.
Aparecen las chicas, dejamos las espadas y mis amigos están ahí,
junto a mi crecimiento y mis risas.
Aprendo a verle la gracia a mi padre, que la tiene.
Aprender es mi obligación. Y la cumplo.
Jugar es mi devoción. Y me esparzo en ella.
La música…
Suena música muy pronto. La reconozco, la sueño, la vivo,
la sintonizo cada día, soy mi propia banda sonora,
llegan los Beatles. Todo tiene sentido
[tú, la música, el sonido de mi alma.]
Mis hermanos también crecen, dejan en mí primero obligaciones,
luego únicamente a ellos mismos y la auténtica palabra hermandad.
[Mi madre parió más gente: a Richard y a Maite, por ese orden].
Colegio, instituto, universidad, novias, años, fútbol y años,
novias y años, las noches y beber, beber cerveza,
beber, bailar, resacas, cosas de juventud y la Transición,
aquel poder pisar la hierba de los parques, las fotos de los Clash en
las carpetas.
Crezco, me hago mayor sin demasiado esfuerzo.
La mili. Bétera. Regimiento de Infantería, Vizcaya 21. Cabo.
Batallón de Carros Otumba. Huele a 23F allí todavía. Un poco.
Dejémoslo aquí.
Continuó.
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