Creo que es la primera vez en mi vida
que veo actuar a Marisa Paredes como
la extraordinaria actriz por la que se la tuvo durante toda su carrera. Ella y Bárbara Lennie, fundamentalmente,
también Petra Martínez y Carme Pla, representan
un drama memorable aposentado en los ojos de cada una, escenificado en sus ademanes
y sus cuerpos y sus miradas y en todos sus gestos maravillosamente expresivos,
sutiles, artísticamente vitales, vitalmente artísticos, cinematográficos y
llenos de esa verdad sólo al alcance de los mejores actores de todos los
tiempos.

Rosales nos engatusa, en esta coproducción
franco-hispano-danesa, con su extrema habilidad para mostrarnos lo que queremos
ver, y lo que él quiere que veamos, a veces sin necesidad de poner delante de
nuestros atentos ojos, y nuestro completo cerebro desbordado de estímulos, otra
cosa que el cine que quiere ser verdad y
cine a un mismo tiempo sin dejar de ser ni lo uno ni lo otro.
Me reí mucho, no viéndola, por Dios, me
reí mucho, digo, al leer que Andrea G. Bermejo escribió de Petra en Cinemanía que el “particular homenaje a la tragedia griega” (sic) de
Rosales le resultó “quizás algo frío”.
Algo frío, dice. La recomiendo que
escuche la canción de Triana Tu frialdad. O que la vea otra vez. Que
vea otra vez Petra, digo.
Por cierto, se me olvidaba, la
película es sobre todas las cosas una dolorosa reflexión artística sobre el arte y la vida.
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