Hay quien dice que todos
somos artistas en potencia: somos humanos, no animales, nuestra capacidad de
imaginar soluciones a los problemas usando las herramientas de la creatividad
de los artistas nos separan de la naturaleza, de ese ser animales únicamente.
Una de las personas que
argumenta tal cosa es el británico Will Gompertz, uno de los grandes
divulgadores del arte, un ensayista de éxito merecido. En su Piensa
como un artista, nos explica que un artista es ante todo un emprendedor
que sabe perfectamente en qué consiste su obra, su marca, para explicarla y
venderla. Todo artista tiene una motivación emocional e intelectual que no es
el lucro, pero sin el dinero un artista carece de libertad, carece de tiempo. Y
sin tiempo no hay arte.
[...]
De alguna manera, la
creatividad es el resultado de filtrar a través de los sentimientos y
percepciones de alguien elementos e ideas anteriores para presentarlas de una
manera nueva, distinta, singular. A poder ser, única.
¿Copiar, robar, imitar juiciosamente? Subirse con Isaac Newton a hombros
de gigantes, saber ocultar las fuentes como Albert Einstein: la creatividad,
ese gestar y gestionar ideas, ese ser eslabones en una cadena, la de la creatividad
misma. La originalidad pura no existe, ni el soplo divino. Se reacciona, se
responde, se construye sobre algo ya existente.
Lo habitual es comenzar copiando: “hay que imitar
antes de emular”. Es imposible ser un gran artista sin haber sido antes un buen artista. Picasso (que demostró que
“la creatividad no es sumar, sino sustraer”) dejó de ser un buen artista cuando
cambió copiar por robar:
no olvidemos que robar es también poseer, hacer propio algo que no lo era.
La capacidad de crear es
saber sintetizar conocimientos, experiencias, influencias, emociones en “una
entidad única, unificada y original”. El instinto, un determinado estímulo,
acaban por transformar en una combinación única todo un bagaje acumulado en el
ser creativo de alguien, del artista, por ejemplo. Pero esa combinación
única que sí es ya
auténticamente original no llega porque un dios toque al artista, tampoco por
chiripa: llega después de un duro trabajo.
[...]
Dado que el futuro
parece encaminado a la creatividad económica, todas las escuelas deberían ser escuelas de arte (“si no por sus
planes de estudio, sí al menos por su actitud”). Como afirma el artista
británico Bob and Roberta Smith, en la escuela de bellas artes donde se formó
(el reputadísimo Goldsmiths’ College, de Londres) le enseñaban “cómo pensar, en lugar de qué pensar”.
Porque, probablemente, sea cierto que, como mantiene Gompertz, el sistema
educativo imponga, sin pretenderlo, “barreras al desarrollo intelectual de los
alumnos”.
Partiendo del aserto que
dice que “la vida es incertidumbre y nunca hay una única respuesta”, en una
escuela de arte, o en una escuela del futuro deseable, lo importante es lo que
se hace con la información que se recibe: se trata de aprender a…
“pensar de manera autónoma y a
desarrollar la seguridad necesaria para generar nuestras propias ideas como
reacción al análisis de un problema”.
Un alumno ha de acabar
su formación “seguro y consciente de sí mismo”, ha de aprender “a ser crítico y
a ser criticado”, a “conocer el rigor
intelectual y la resiliencia emocional, valores ambos esenciales en cualquier ámbito creativo”.
“En las escuelas de arte y también
en las demás, los estudiantes deben finalizar sus estudios como adultos capaces
de pensar de forma autónoma, intelectualmente curiosos, seguros de sí mismos y
dotados de recursos, que se sientan preparados para el futuro y emocionados por
poder contribuir a él”.
Amén.
Gompertz acaba
convencido de que todas las escuelas deberían ser escuelas de arte, también de
que “todo el mundo tiene el don de crear obras imaginativas de mérito” y que en
la actualidad se dan las condiciones para que progrese adecuadamente un tipo de
empresa fundada sobre el auge de la comunidad creativa.
“Lo que nos hace especiales es la
mente, no la fuerza. Gracias a ella la vida merece ser vivida. Los artistas lo
saben desde hace mucho tiempo”.
Yo no digo nada. Sólo
añado la última gran cita de este libro estimable, una gran frase del escultor
Auguste Rodin:
“Lo más importante es conmoverse,
amar, tener esperanza, estremecerse, vivir”.
O mejor acabo por
ponerle un enorme pero al utilísimo libro de Gompertz: ese respeto que merece la
creatividad, ese agradecimiento que deberíamos rendirle los seres humanos
permanentemente a los artistas, ¿no tiene unos límites, como nos sugiere la
incredulidad que a menudo nos produce a los más legos la actividad artística de muchos incomprensibles
actos de arte que más bien nos parecieran ser meras tonterías con ínfulas? Y
cada vez más…
Como adelantaba en el
título, sigo ignorando qué es eso a lo que llamamos arte. Pero sí sé lo que
hacen los artistas. Paradójicamente. Luego… el arte es lo que hacen los artistas. O, mejor aún, lo que deciden
los artistas que lo sea. El arte es aquello a lo que un artista llama arte.
Fin.
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