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Teresa de Cepeda y Ahumada, Teresa de Jesús, Santa Teresa

Teresa de Jesús, la monja reformadora castellana nacida en 1515 en lo que ahora es la provincia de Ávila y fallecida en 1582 en la actual provincia de Salamanca, tuvo una vida rica en aconteceres y fue sin duda una mujer excepcional, irrepetible, y lo fue doblemente por su condición de mujer en unos tiempos de hombres

A decir de alguien que la ha conocido bien, pues no en balde escribió su autobiografía (Yo, Teresa), el escritor Germán Díez Barrio, “fue una mujer activa, decidida y enérgica que nunca se arrugó en su camino a pesar de que encontró persecuciones y poderosos adversarios […], fue alegre, natural, afectuosa, tierna y muy desenvuelta hablando y escribiendo”, pese a su escasa formación. “Vivió períodos de asombrosa y fecunda actividad, entregada por completo a las fundaciones de carmelitas descalzas y robando horas al tiempo para dejar constancia de su doctrina y experiencias místicas en los escritos.”

Teresa de Cepeda y Ahumada, Santa Teresa, “ha llegado hasta nosotros como una mujer que recibió gracias místicas y visiones espirituales, su dedicación religiosa no la apartó del mundo del siglo XVI que la tocó vivir”: la religiosa carmelita “se dedicó con decidida fuerza y empeño inquebrantable a las fundaciones de conventos en la geografía peninsular, soportando largos e incómodos viajes, sobrellevando continuas enfermedades, aguantando numerosas discusiones e innumerables trabas, zancadillas, burlas y desplantes de los que compartieron su época, especialmente religiosos y a veces también seglares que no podían soportar que una mujer, además de darles lecciones en algunos campos, se adelantara a sus pensamientos y convicciones.”

Beatificada por el papa Pablo V en 1614, canonizada por el pontífice Gregorio XV en el año 1622, fue nombrada doctora de la Iglesia Universal por Pablo VI, ya en el siglo XX. Y es patrona de los escritores. No en vano, escribía tal que así:

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡qué duros estos destierros!
¡esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero,
que me muero porque no muero.

Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:

Sólo Dios basta.



Este texto pertenece a mi libro ¿Qué eres, España? (Sílex ediciones, 2017)

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