La ficción en la ficción: sobre una novela de John Irving

John Irving, leer a John Irving. Desear el regreso a las palabras de Irving, a sus novelas monumentales, y sufrir un desencuentro que finalmente resolví por la vía de la insistencia para convencerme de que leer La última noche en Twisted River, su novela de 2009, me ha merecido la pena. Aunque si seguí hasta el final con su lectura fue sencillamente por Irving. Por Irving y por lo que he disfrutado siempre leyéndole. ¿Hasta esta novela?

Y es que pasajes como este que reproduzco a continuación no invitaban a nada bueno, creo:

“Pese a que sólo contaba doce años, Danny Baciagalupo sabía con absoluta certeza que acababa de iniciarse el resto de su vida”.

La literatura como un streaptease invertido
Poco después, estamos en la página cientoypico de un tocho tipo Irving de más de 650, un personaje de la novela pasa a ser el inadvertido narrador de la misma… porque al crecer se convierte en escritor. Sí, es Danny Baciagalupo (con o sin su alias Danny Angel), a quien veíamos iniciar el resto de su vida más arriba. A quien uno de sus profesores, Kurt Vonnegut (sic), le dirá en una ocasión:

          “Quizás el capitalismo sea benévolo contigo”.

Tardo mucho en darme cuenta de que La última noche en Twisted River acaba por ser, es, una reflexión escondida en una ficción sobre aquello de si toda novela es o no una biografía disimulada de su autor. Me ayuda a partir de aquí un poco (bastante, en realidad) Mario Vargas Llosa, quien matiza mucho eso pero afirmando que, sí, que “la raíz de todas las historias es la experiencia de quien las inventa, lo vivido es la fuente que irriga las ficciones”, siempre hay un punto de partida en toda ficción, hasta en las de mayor imaginación posible, que demuestra que “la invención químicamente pura no existe en el dominio literario”.

Para el Premio Nobel, en las novelas hay una cierta autobiografía, entendida como un “striptease invertido” en el que ni el novelista es siempre consciente, dada la complejidad y minuciosidad con que envuelve cuanto conoce, de lo que quiere que sea su artefacto literario. Es en la experiencia propia donde el novelista buscaría “asideros para inventar historias”. Es más, “el novelista no elige sus temas, es elegido por ellos”. Pero si lo vivido es el punto de partida, no puede en modo alguno ser el de llegada. La responsabilidad del autor no está en lo que la vida le impone, los temas de sus novelas, pero sí en la plasmación de estos en la literatura que escribe. Y tal vez sea la disidencia de la realidad lo que verdaderamente se les impone a los novelistas cada vez que quieren decidir cuál es el argumento de su obra: se trataría así de reconvertir el mundo, que se nos ha depositado en nosotros mismos, por medio de la literatura. Dado que la ficción de una novela es “una realidad que no es y sin embargo finge serlo”, la autenticidad de un novelista radica en rehuir aquellos asuntos que no nacen de la propia experiencia. En cualquier caso, los temas de las novelas son lo de menos, pero las posibilidades de escribir buenas novelas se acrecientan si quienes las escriben no rehúyen sus propios demonios.
Y hasta aquí Mario Vargas Llosa. Sigo con Irving.

La última noche y la metarrealidad
Irving juega con nosotros, pues el protagonista-escritor de La última noche… escribe una novela con un argumento muy similar al de Las normas de la Casa de la Sidrajusto cuando en aquélla se trata el asunto de las autorreferencias en las novelas.

El meollo de esa metarrealidad está en las siguientes frases:

“Y, sin embargo, lo que más molestaba al novelista era que sus novelas se habían trivializado. La obra de Danny Angel había sido saqueda en busca de todo fragmento con apariencia autobiográfica; sus novelas habían sido diseccionadas y analizadas con minuciosidad a fin de desentreñar cualquier cosa que pudiera interpretarse como unas memorias escondidas en su interior.
[…]
Para los medios, la vida real era más importante que la ficción; los elementos de una novela basados en la experiencia personal tenían más interés para el gran público que las partes del proceso de construcción de la novela que sencillamente se inventaban. En cualquier obra narrativa, ¿acaso no era aquello que en verdad le había sucedido al escritor -o, quizás, a alguien muy cercano al escritor- más auténtico, más verificablemente cierto, que cualquier cosa que pudiera imaginar una persona? (Esto era una opinión generalizada, aunque el cometido de un novelista era imaginar, de una manera verosímil, toda una historia -como Danny decía de manera subversiva siempre que le daban la oportunidad de defender la ficción en las obras de ficción- porque las historias de la vida real nunca eran íntegras, nunca eran completas, del modo que podían serlo las novelas.)”

Hilos argumentales
Otro hilo argumental en La última noche, al margen de las novelas que escribimos sobre nosotros mismos, es de alguna manera la violencia como sostén de la realidad, como hilo argumental de la realidad, como uno de los esenciales hilos argumentales de las vidas de todos.

“Las cosas nunca quedaban en paz; era imposible contener la violencia”.

Pero finalmente, a medida que me adentraba en una novela que estuve a punto de dejar de leer (a lo que me resistí por respeto, por cariño a John Irving), me di cuenta de que esta novela va sobre cómo “intentamos mantener vivos a nuestros héroes”, mientras dudamos (si es que dudamos) respecto de si prescindir o no de aquellas cosas que no nos atrevemos a perder. En definitiva, trata sobre “tener derecho a la felicidad”.

“Toda historia era un prodigio que sencillamente era imposible detenerlo”.

Lo sabe el autor, lo sabe el autor-protagonista, lo sabemos quienes hemos leído alguna vez a John Irving.

Y, al final, la vida y su gran aventura no hacía sino empezar. Volver a empezar.

Postdata
Si lees La última noche en Twisted River, te recomiendo que prestes una especialísima atención (de hecho, incluso te recomendaría que sólo leyeras esa parte) al capítulo ‘La Señora del Cielo’. Es lo mejor de la novela. (No leas lo siguiente que escribo, si no quieres que te destripe nada: Si llegas al final de La última noche…, comprenderás por qué lo es. Y sí, el protagonista escribe la novela que lees. Ya te lo he dicho.)

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