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Los días extraños de Manuel Rico

El escritor Manuel Rico cierra su poemario Los días extraños (Valparaíso, 2015) con un poema autobiográfico, donde podemos leer…

“Vengo de los inviernos y la duda.
[…]
Vengo del padre joven, de la ayuda
de la memoria ciega y la rutina
de ocultar el dolor que se empecina
todavía en vivir, y que demuda
la ensombrecida tez de los vencidos.
Soy de la juventud desperdigada
entre bares y sueños insolventes.
Vengo de los planetas extinguidos
entre días de plomo y luz alzada
con briznas de memoria y con presente”.

El poeta crece “en un barrio de la ciudad inversa” (el Madrid del poeta, el de su infancia, “una ciudad de funcionarios, rentistas y vencidos”), vive “la edad y su herida”, nos lleva a través “de un misterio escrito en la piel de los montes”. El poeta nos habla de “las lecciones del tiempo”. El poeta escribe un libro de poemas que puede ser leído como una determinada novela donde se nos cuentan los impulsos de los instantes estivales, de los tiempos de invierno, de los días extraños que no lo son tanto cuando se verbalizan, cuando se hacen con ellos versos. Versos como estos:

“Abiertas las ventanas
a las hayas de Ordesa.
[…]
Un instante sin uso.
[…]
¿Es el tiempo una casa que huye?”

El pasado, también la Historia para ayudarnos a escapar de las viejas verdades “y salir de la Historia por puertas extrañísimas”. La noche de Neil Armstrong, la noche “en que mi padre me enseñó que era frágil la vida”.
Tal vez, los mejores versos de Los días extraños sean los que componen la magnífica ‘Elegía’ (dedicada “a Julia Martínez, una mujer sabia, generosa y humilde cuyos restos descansan en el pequeño cementerio de Palomares del Campo, Cuenca), que comienza…

        “A veces, es la muerte quien habla de nosotros”.

Y finaliza, espléndida…

        “Pero estás bajo tierra. Te han dejado en la tierra”.

Esa memoria del reciente pasado, “cuando los prisioneros quebraban el granito, tendían el metal, alzaban los travesaños, horadaban los túneles, entregaban la vida y la memoria y la palabra.”

        “El silencio nos habla […]
en un tiempo […]
lleno de desmemoria”.


Y el amor cierto, el de ‘Años contigo’, sin ir más lejos, donde leemos estos versos:

        “Estás. No te has ido. Eres pequeña
        e interminable. La necesaria orilla
que emerge siempre al otro lado
del río de la vida.
O quizás de la muerte”.

Muchos días extraños, muchas poesías de Los días extraños son el tiempo, el transcurrir, las estaciones, viva muestra de lo cual es el libro segundo, titulado ‘Noticia del otoño’, del que traigo aquí algunas de sus sutilezas:

        “Vuelven las antiguas verdades,
los sueños olvidados en la casa del padre.
[…]
La palabra rota de quien murió muy pronto
[…]
mientras afuera
la noche verdadera se hace viento, bate
las ramas de los chopos junto al río.
[…]
Es la memoria que vuelve
con cada año al valle y cobra forma
en los viejos fantasmas que pueblan los caminos:
en las sombras que viven todavía
en las paredes desconchadas, en cada huella
dejada en el ladrillo por los fusilamientos
que inútilmente borran ceremonias de olvido
que ofician los dueños de todo lo visible
con la ayuda de lluvias e intemperie
y unas gotas de miedo”.

El pasado y la memoria, sí. Aunque…
Hay mucha dicha en este poemario, “una felicidad muy rara, la de la felicidad imaginaria y apacible”. Una felicidad que se agradece, que uno agradece verla medirse de tú a tú con el dolor del pasado y el dolor del futuro. Una felicidad de “emociones pequeñas y verdades endebles como la vida”.

        “Lloviendo […] en sueños
de un tiempo venidero que, quizás,
te la juegue
con la luz engañosa
de una felicidad que siempre huye”.

Días extraños en los que en ocasiones podemos sentir “la despojada luz que hace la ausencia”. También.

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