La sombra de la ley es una pequeña película bañada en grandeza

Hay películas extraordinariamente bien dirigidas, muy bien facturadas (hechas, producidas), relativamente bien escritas, aceptablemente interpretadas, que acaban por ser poco más que pequeñas obras artísticas sin arte. La sombra de la ley, la película española de 2018 dirigida por el muy competente Dani de la Torre con un guion de Patxi Amezcua, es una de ellas.

En sus dos horas de duración, los actores Luis Tosar, Michelle Jenner, Vicente Romero, Ernesto Alterio, Paco Tous y Manolo Solo, especialmente, hacen cuanto pueden por acercarnos a los ojos la historia que se nos cuenta, que no es otra que un atractivo thriller con trasfondo de verdad histórica en el que asistimos a una recreación imaginaria de la Barcelona de los años del pistolerismo inmediatamente previos a la dictadura del general Primo de Rivera. Verosímilmente recreado aquel tiempo, convenientemente trasladado a la ficción del buen cine de acción bañado por las gotas ácidas, muy sociales, del cine policiaco, del buen cine negro, La sombra de la ley sale ilesa del arriesgado ejercicio estilístico pletórico de su realización, de su producción, y, aunque a veces bordea el ridículo se salva del precipicio de la burla muy dignamente sin coronar la impronta de las películas inconmensurables. Por muy poco. ¿Qué es lo que le falta, pues?

A La sombra de la ley, lo que he creído yo que le falta, ahora que la acabo de ver, es haber tejido mejor la penuria moral de sus personajes, haber transformado la rudeza inequívoca de sus personalidades sin aristas, planas, en seres humanos plausibles, no en meros personajes de película en la que los sentimientos son de plástico, adheridos al cartón-piedra de sus dueños. En fin, le falta la filigrana de la persuasión. Suele pasar.


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