A los que huisteis derrotados hacia el
mar, podría pediros perdón en nombre de los que se quedaron en este rincón de
hoguera negra, pero no puedo hacerlo porque algunos morimos en el viento, porque
muchos salvamos la vida sin quererlo, porque muchos no somos más que los
despojos agradecidos de las corrientes oceánicas que se depositaron en el año 1975, suciamente desprovistas
de la sangre moral de los que huisteis derrotados hacia el mar para dejarnos a
todos la gallardía del harapo redimido por la grandeza de unos pocos, redimido
por la blanca mediocridad perdonable de tantos.
En la ventana de la posmodernidad, ante
la frecuencia del fin del mundo, la inocencia de las palabras ilumina las fronteras
insólitas de la realidad: leemos la vida, tras las huellas de la memoria, tras
la tarea provocadora de Dios en su grandeza, en ese ser o no ser suyo, en ese
no dejarnos vivir con alegría. Las lecciones de la caótica peregrinación del tiempo,
la responsabilidad del pasado: no te mires en el río, obedece la Ley Ordesa.
Habrá
que abrazarse, tendremos que tendernos, hagámoslo: seamos seres serios, serviciales,
serenos, serenos soles en la noche, abrazos tendidos en la mañana, dulces abrazos
para la arena de la tarde. Hoy podremos desesperar a los dioses, hacerles
partícipes de su error, y nosotros príncipes a su espalda, serios seres
risueños; yo ya estoy dispuesto a serte una vez más, la vez que más, más que
cualquiera de las demás veces. Habrá.
[arte de Javier de Juan]
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