Despidiendo al pasado: VIÑAS, ADIÓS BAR VIÑAS

Hay un bar aquí en mi barrio a cuyo calor de bar he estado creciendo hasta ayer mismo, en cuyo ruidoso remanso de cristales, apetitos y licores me mantuve vivo a gritos de barrio, vivo sobre la tierra tranquila de la algarabía y la amistad decadente, la amistad forjada en los parques, sobre el filo de los bancos de madera madrileña, en las barras de los bares: ese bar de mi barrio que se va de nuestras vidas de chicos de barrio, se va como se va cuanto se va, quedándose atrás, en esos lugares cada vez más borrosos donde reposa cuanto fuimos y no hemos sido capaces de arrinconar con sangre en el interior de nuestro corazón.

entras en un bar y todo es bar,
así son los bares,
universos ensimismados en su cotidianeidad,
puro estancamiento de la realidad,
vasos y platos y grifos y camareros,
paella y cerveza y vermut,
olores y la derrota de la sed,
risas y partidos de fútbol,
un agasajo completo de brindis,
también a veces soledad abisal,
un mar de voces sin ritmo son,
geografía de la amistad,
rincones donde estar y ser,
donde ver pasar el tiempo
o en los que sucumbir a las horas,
los bares son ese refugio amarillo,
ese sucedáneo de la vida
tan idéntico a la vida.


Lo natural es preferible a lo artificial, pero lo artificial es preferible a la nada. Luz del sol, luz artificial, oscuridad. Se apagan para siempre las luces del pasado que ya es el bar donde se oscurecía el futuro a base de iluminar con las añagazas de la realidad el presente.

Hoy no es ya ayer. Ayer despedimos un lugar, un mundo, un tiempo, esa negación de la nada que es el teatro. Porque un bar es un teatro auténtico donde se representa la vida. Un bar puede serlo, mejor dicho. El Viñas lo fue. Cuarenta de mis años lo atestiguan. Sus cuarenta años rindieron un homenaje continuo a las vicisitudes de un barrio madrileño acostado junto al río de la ciudad, un barrio para la ciudad donde habitaron su matadero y su principal mercado mundial.

Me gustaría haber sido más feliz en el Viñas, pero creo que habría sido imposible. La magia de lo sencillo, de lo común, de la certeza amansada en todo lo increíble, esa magia quedará para siempre encendida en mi memoria de lo que depositó en nuestros días la cotidiana presencia sencilla del bar Viñas.

Mi primera cerveza fría. Mi primera casi todo.

 

DE ‘Josesúbete’ (Nueva Tribuna, 9 de enero de 2017)

… las aulas del cole y los compis del cole y Doña Maricarmen y Don Ángel y Don Francisco y el bar Goype junto a la iglesia y la plaza del Pilón y Pepe fumando a escondidas y el bote bolero y los talleres Juliá y las vallas, la calle Guillermo de Osma, la plaza de la Beata María Ana de Jesús, la estación del Norte y viajar en literas de noche y llegar a lo que llamábamos Santander y al frescor y las siestas y escuchar la radio, Mortadelo y Filemón, el Din Dan, el Tío Vivo, Joyas Literarias Juveniles y el capitán Nemo, el cinema Suances y el cine Alix, la modista amiga de mi madre y la otra Pepi y su hija, la madrina de mi hermana y sus hermanas y el parchís, el jardín de mis abuelos y mis primos Marianito y Elenita, el río Manzanares, la tienda de Juanito y el bacalao bien a la vista, unas gafas de sol, la música y las cintas a cassette, Serrat y Camilo Sesto y Juan Bau y Los Puntos, Quique y el Colegio Cervantes junto a mi portal, Abba sonando en un bar y la droguería de Cortés, mi cole, el Guillermo de Osma, el Tinte, el Viñas, los pantalones vaqueros y las botas vaqueras y las Adidas Tórtola, Lois, las botas de fútbol de Chuchi y los tacos recambiables, el campo A de la Arganzuela y el campo B y hasta el campo C, junto al puente de Toledo, lamiendo el Vicente Calderón, sudor y frío y no notar ni el frío ni el sudor, un toro que se escapa del Matadero y las bodegas Camacho y los Arcos y el mercado recién inaugurado y los puestos antiguos de mercado en la colonia del Pico del Pañuelo, Don Eusebio el párroco…

Bar Viñas, plaza de la Beata María Ana de Jesús, distrito de La Chopera, Madrid, cerrado para siempre el 23 de marzo de 2019. 

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