Qué poca importancia tiene ser de Madriz y cuánta no serlo.
Por eso quizás los madrileños hemos sobrevivido manejados por
el presente.
Cuando yo era niño pensaba que todo lo que ocurría en el mundo
tenía lugar cerca de mi barrio, como si mi barrio madrileño tuviera la
obligación de ser la conciencia universal de los seres humanos. No sé, cosas de
niños.
En mi escalera la única persona que era nieta de madrileños
era la más paleta de la finca, cuando ser un paleto era algo ignominioso, hasta
que descubrí que mis primos, que eran de pueblo, sabían más de la vida que cualquiera
de mis compañeros del cole, yo incluido, yo excluyente.
Madriz dejó muy pronto de ser el centro mundial de lo que era
inevitable y pasó a ser lo que seguramente es, ese lugar accesible donde todos
los que vienen de fuera se creen que ya han estado aquí aunque sea la primera
vez que ven la puerta de Alcalá o la colonia del Pico del Pañuelo o las gaviotas
que gobiernan el río Manzanares cuando acaricia el interior de las calles de la
ciudad más simple del mundo, la más inverosímil, la más menos.
Me gustaría escribir una canción dedicada a mi ciudad que
alguna vez fuera usada para celebrar que por fin Madriz es galardonada en algún
certamen lunático con el premio a la ciudad más divertida del mundo de los que
se aburren porque los problemas de la vida se quedaron en algún rincón pretérito
de cuando los seres humanos nos creíamos encadenados a nuestras miserias.
Una canción que dijera cosas como las que dicen algunos versos míos de esos amadrileñados, versos como ese de que Madriz pinta su cielo gratis para quien no tenga patria y para quien se la invente, para quien la necesite y para quien sepa volar.
O como esos de bienvenido a Madriz, donde las calles no necesitan patrias, la ciudad sin preguntas; bienvenido a Madriz, te saludo en los semáforos, acomódate y pasea y quédate, no renuncies a nada: nadie es aquí madrileño, todos lo somos; bienvenido a mis parques, a mis aceras y a mis avenidas; bienvenido al Retiro, a los museos y a los teatros, bienvenido al presente; bienvenido seas; te saludo en los hospitales, en los cines y en los ministerios; bienvenido a la realidad, a la miseria y al derroche, a las cervezas y a las terrazas; bienvenido a los rascacielos, a mi Arganzuela y a mi San Blas; bienvenido a Villaverde; te saludo desde mi futuro; vuelve pronto o no te vayas, disfruta de una vida sin banderas, grita con el Real Madriz o con el Atleti, vibra con el Rayo, baila con Nacha Pop y Alaska, madrileñea a lo Gabinete Caligari, respira en Madrid-Río; sé lo que quieras, bienvenido a mis sueños.
Versos repentinos y tan sencillos como Madriz, que es una ciudad de un millón de besos y cadáveres; una ciudad hecha de un pasado incompleto, arrebolada e inquieta, una ciudad, Madriz es una ciudad en el pleno sentido de la palabra CIUDAD, es un parteluz sin interrogaciones, un mundanal ruido bajo un color único, el color cieloMadriz que resplandece cuando la ciudad de Madriz se limpia las legañas de su sucio fuego cerca de las montañas desde donde comienza su dibujo inmemorial: Madriz es una ciudad de un millón de cadáveres que se besan antes de ser lágrimas y renacer en las hermosas ruinas de una vida enamorada.
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