La Dama de Hierro, de 2011, no es afortunadamente ni el biopic
improbable de Margaret Thatcher ni
una película de destroyers sobre la
primera mujer que presidiera un Gobierno de una potencia occidental, y sólo por
eso ya tiene mérito y merece la atención que he prestado a esta nueva
exhibición actoral portentosa de la inconmensurable actriz estadounidense Meryl Streep, multipremiada aquel año
por esta interpretación (incluido el Óscar a la Mejor Actriz principal).
Thatcher, de soltera
Roberts, es aquí la esposa masculinoide de Mr.
Roberts, que se le aparece ya muerto cuando ella empieza a creer ver
desvanecerse en su cerebro dañado y cercano a la muerte todo aquello que ella
fue decididamente antes de ser el martillo de la socialdemocracia y el cañón
poderoso contra los ideales del comunismo arrinconado.
Streep-Thatcher y sus once años al frente del Gobierno británico, el récord
del siglo XX; Streep-Thatcher y el recuerdo del padre de Margaret, aquel
tendero cuya actuación social y política justificaría ya para siempre la
disparatada creencia de que todo el mundo puede prosperar por sí solo a poco
que se lo proponga; Streep-Thatcher y la decidida voluntad metálica de una
mujer para la que el feminismo seguramente no era en absoluto necesario;
Streep-Thatcher, La Dama de Hierro.
Yo no me perdería la última
función de Streep-Thatcher, dirigida por la sobre todo directora teatral Phyllida Lloyd, ocasionalmente cineasta.
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