Chimamanda Ngozi Adichie: Americanah, negritud, femineidad e incertidumbre

Las palabras escritas que acaban por dar en ser la novela Americanah de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie son palabras que saben a verdad, son como cerrar los ojos al cemento que se deposita en el alma. Palabras que te explican situaciones como cuando estando con alguien “sientes afecto por ti misma”:

          “En su compañía, se gustaba a sí misma”.

Americanah —donde aparece de vez en cuando “la pashmina que envuelve a los ofendidos”— es un viaje sin un destino reconocible, un viaje esencial, el de una mujer africana que recorre un camino que va desde la realidad de la incertidumbre hasta la incertidumbre de la realidad. Un viaje que por medio de la literatura brillante de su autora nos traslada también a los lectores, a mí al menos, cómodamente sentados a bordo de un artefacto perfecto.

Recién llegada a Estados Unidos su protagonista (Ifemelu, una joven nigeriana que emigra a la gran potencia norteamericana y allí conoce entre otras cosas algo que desconocía: qué es la negritud), se nos dice sobre ella que “caracterizaba su vida cierto desposeimiento, una estimulante crudeza”. Y puede que esta novela sea eso, una novela sobre el desposeimiento y sobre la posesión. Una novela sobre la demasiada identidad. La tía de Ifemelu dice de los compañeros del colegio de su hijo, en Estados Unidos, a este respecto:

“Todos tienen conflictos, que si la identidad por aquí, que si la identidad por allá. Alguien cometerá un asesinato y dirá que ha sido porque su madre no lo abrazaba cuando tenía tres años. O hará alguna atrocidad y dirá que ha sido por alguna enfermedad contra la que lucha”.

Uno de los novios estadounidenses de Ifemelu era de “esa gente adinerada y radiante que existía en la rutilante superficie de las cosas”, personas “que se habían criado no haciendo, sino siendo”. No me digas que eso no es una descripción literaria sublime de un personaje. Como lo que dice Ifemelu sobre el nombre de alguna de las localidades norteamericanas que conoce: “que suenan a comienzo recién exprimido”.

Tanto la protagonista de Americanah, como mucha de la gente de su edad, son hijos de “la generación de los perplejos, que no entendían qué había ocurrido en Nigeria pero se dejaban arrastrar”. Los principales personajes de la novela son “personas ávidas de elección y certidumbre” que no huyen de Nigeria por huir de una guerra ni del hambre. Sobre los nigerianos dice Ifemelu:

          “Los nigerianos tenemos seguridad, pero no dignidad”.

Y otro de los principales protagonistas de la novela, Obinze, afirma de ellos, de los nigerianos:

“somos tercermundistas, y los tercermundistas miramos al futuro, nos gustan las cosas nuevas, porque lo mejor está todavía por venir, mientras que en Occidente lo mejor ya ha pasado, y por eso han de convertir el pasado en fetiche”.

En el libro de Chimamanda Ngozi Adichie aprendemos cómo se puede destruir aquello que importa porque no se cree merecer la felicidad. Y siendo quizás eso la esencia argumental de lo que narra la novela en tanto que novela donde se nos cuenta algo que sucede, Americanah —un libro donde podemos leer que un cuarto de baño pareciera haber sido reformado “por un niño impaciente”— es un tratado escrito en el ámbito de la ficción donde se nos habla de lo que es la negritud, aquella negritud que ya hemos dicho que Ifemelu no descubre hasta que sale de Nigeria y se dirige a Estados Unidos.

          “¿Es la raza una fantasía o no?”

¿Existe o no más variación genética entre dos negros que entre un negro y un blanco?

Pareciera en algún momento de la lectura de esta novela magnífica que Dios no estuviera preparado para la muerte de algunas personas, como alguien afirma en ella, aunque la sensación que yo tengo al leerla es que su autora es la que no está preparada para eso, para la muerte de alguno de sus personajes. Pero no me hagas mucho caso.

Americanah es una novela romántica. También. El amor en ella aparece y desaparece como si la volubilidad de su presencia nos quisiera advertir de la contumacia de la realidad y de lo necesario de su presencia. En el reencuentro de Ifemelu y de quien sólo un lector entregado entenderá como el amor de su vida brilla la literatura hecha de respiraciones, trazada con el acero estilizado de la sangre humana convertida en arte:

“Un momento, un hundimiento del cielo azul, una inercia de inmovilidad, en que ninguno de los dos supo qué hacer”.

La lectura de Americanah me ha deparado muchas sensaciones, algunas de ellas reposan en este poema que es más de Chimamanda Ngozi Adichie que mío:

Crece un silencio conocido,
un silencio antiguo,
ella está dentro de ese silencio,
ella está a salvo,
esperando a ser feliz.
¿Puedo ir a ti
para ver juntos la lluvia?
El amor
como una mayor conciencia
de sí misma,
el amor, aguardar
con anhelos el mañana,
el amor por encima
de ese ser una piedra angular
de la realidad.

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