El éxito que
tuvo entre los historiadores durante mucho tiempo el materialismo histórico
debe mucho a los historiadores marxistas
británicos que desde la segunda mitad de la década de los años 40 del siglo
XX desarrollaron su extraordinario potencial historiográfico.
La influencia del marxismo sobre la profesión
histórica había sido ínfima hasta que con la Primera Guerra Mundial se dio la
primera quiebra de la ideología del progreso y la razón y, sobre todo, hasta
que tuvo lugar el triunfo de la revolución bolchevique en la Rusia zarista. Los
historiadores marxistas británicos tuvieron su propia (revista) Annales, fundada en 1952: Past
and Present. Los principales
fueron Maurice Herbert Dobb,
economista y experto por tanto en la Historia económica; el arqueólogo Vere Gordon Childe; el medievalista Rodney Hilton; Christopher Hill, modernista; y el más famoso de todos a la larga,
el especialista en la Edad Contemporánea Eric
J. Hobsbawm. Frente al escolasticismo
marxista habitual de los historiadores marxistas franceses o frente a la
misma escuela de Annales, los
británicos no rechazaron escribir una Historia social (heredera del positivismo
del siglo XIX y del materialismo histórico) atenta por igual a lo que Hobsbawm
llamó microcosmos y macrocosmos, es decir, a los enfoques estructurales o a los
estudios de los acontecimientos.
Otro de los historiadores marxistas británicos de la
segunda mitad del siglo XX destacados es Edward
Palmer Thompson, autor de una joya historiográfica donde logró superar el inoperante estructuralismo de
muchos historiadores adoradores del
materialismo histórico a base de materialismo histórico labrado “en contextos
sociales y culturales forjados en la propia experiencia histórica y práctica
laboral y política de los respectivos grupos de la sociedad”, tal y como ha
dicho de él el historiador español Enrique
Moradiellos: The making of the
English working class (La formación de la clase obrera en
Inglaterra), aparecida en 1963.
Desde los
años 70 del siglo XX, y en la historiografía sobre todo a partir de los 80, la
persona, el individuo, empezó a ser
considerado por algunos pensadores nuevamente el sujeto histórico, en contra de
lo defendido por las triunfantes hasta entonces teorías de los
funcional-estructuralistas de Annales
o de los marxistas, para las cuales las personas parecían estar ocultas.
Cuando los
posmodernistas comenzaran a difundir a finales de la década de 1970 sus
teorías, aquellas que anunciaban el fin de los metarrelatos, de las
metanarrativas, es decir, el fin de las grandes interpretaciones generales, e
incluyeran entre estas al marxismo, junto al cristianismo o la idea de
progreso, el materialismo histórico dejó de ser una de las principales
corrientes historiográficas, de tal manera que cuando en 1979 el historiador
británico Lawrence Stone
diagnostique el estado de la historiografía, describirá la caída de los grandes
paradigmas, entendiendo por tales al marxismo, a la escuela de Annales y la cliometría.
Evidentemente, aquello no supuso, ni mucho menos, la desaparición del materialismo histórico en los libros de Historia ni tampoco que todos los historiadores abandonaran su uso como herramienta interpretativa del pasado. Pero desde entonces, el empleo del marxismo para conocer el pasado cuenta con un enconado enemigo. Otro más.
Este texto pertenece a mi artículo 'Marx, la historia y la Historia', publicado el 16 de diciembre de 2018 en Periodistas en Español, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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