La novela de José Luis Ibáñez,
Serás mi tumba, está protagonizada
por el maquis en las montañas de Cantabria. Es una circunstancia
perfectamente creíble que puede tener públicos
diversos: desde el anciano que aún recuerda dichos episodios hasta el
joven que se interroga sobre la Transición, sobre lo que se hizo tras la muerte
de Francisco Franco. Dicho de ese modo puede parecer una obra redentora, un
libro pensado y concebido para ganar la guerra muchos años
después o para quitarnos un peso de encima.
No es así. Es más propiamente el peso de una vida, la
memoria de otras generaciones transmitidas, aquello que se relata y aquello que
con precisión documental e imaginación
suficiente se muestra, se enseña.
No
hay moralejas, ni moralismos que nos alivien. No hay admoniciones ni
reconvenciones. No hay detrás el reproche a una generación
que fue perseguida, pero tampoco hay un lamento por lo que pudo ser y no fue.
Hay, por el contrario, un relato sofisticado, tenso, en el que los lectores
habrán de sacar sus propias consecuencias,
sin que la obra tenga pretensiones explícitamente didácticas.
No hay didactismo alguno… Tras su lectura, uno no sale
necesariamente mejor, pero sale interrogándose sobre sí mismo, sobre aquello que otros
enfrentaron y libraron y sobre lo que nosotros, ciudadanos del siglo XXI,
hacemos o creemos que hacemos. No se trata de ser arrogantes con los
antepasados, sino de pensarlos en su contexto sin darles la razón
necesariamente.
En
la novela hay interpelaciones que son fruto de los personajes y del propio
narrador, hay una tensión creciente que mantiene al
destinatario atrapado −preso como el protagonista, preso de
una fatalidad− con la certidumbre de que todo está perdido y con la incertidumbre de
aquello que es chiripa, de aquello que siempre nos depara el porvenir.
Una
ficción narrativa suele recrear un mundo
inexistente o parte de un mundo que existió pero
ya perdido. El autor puede adoptar un tono melancólico, nostálgico y analítico. La novela, toda novela, trata
siempre del pasado remoto o muy cercano. ¿Diríamos que Serás
mi tumba
pertenece por fuerza al género histórico? No precisamente. La exhumación
de lo pretérito con el auxilio de la ficción
puede ser un examen del presente o, más concretamente, de las zozobras de la
persona que narra ahora. Estamos habituados a ello. No hay modo de pensar la
actualidad sin el recurso de la ficción. ¿Para qué? ¿Para añadir más enredos? No: para imaginar cómo
anduvieron las cosas.
Por
tanto, lo pretérito puede ser evocado de modo melancólico:
el narrador echa en falta lo que de verdad nunca tuvo. También
ese mundo puede ser recuperado nostálgicamente: quien cuenta detalla el
mundo real que ha perdido. Finalmente, lo pasado puede ser exhumado con fines
analíticos: la persona que, por ejemplo,
trae ese pretérito lo hace con fines modestamente
emancipadores, para airear lo que estuvo oculto o semienterrado, para arrojar
luz sobre episodios de una historia dolorosa.
José Luis Ibáñez Salas se vale de esos tres niveles
posibles, los combina con habilidad y lo hace con gran maestría,
de modo que su obra se despliega con tonos diversos hasta acelerarse en un
final agridulce. Por otra parte, aunque los dejos sean heterogéneos,
el lector siempre tiene la impresión de asistir a un monólogo
esperanzador, a una escritura automática que es o puede ser, por momentos,
corriente de conciencia.
Lo
siguiente que hay que decir es que la novela de José Luis
Ibáñez Salas no pertenece al género
histórico. No es la típica
obra en la que el autor se documenta exhaustivamente descuidando las voces y a
veces lo que es la propia intriga. Puede ser extraordinariamente riguroso (como
historiador de formación que es), pero sabe que una novela es
una novela es una novela…
Serás mi tumba es una obra de estricta actualidad,
pues nos hace interrogarnos ahora, justamente ahora, sobre ese pasado que sigue
teniendo efectos. En este país de cabreros, que dijo Jaime Gil de
Biedma. ¿Es una novela de maquis? Vivir libre y
acosado en una montaña te devuelve a la naturaleza
primitiva, te devuelve supuestamente al estado puro de la inocencia perdida,
cuando las palabras y las cosas coincidían, cuando los ideales se correspondían
con las posibilidades... El paisaje cobra una dimensión antropomórfica, propiamente viva y hasta
animal. Sin duda, a primera vista la novela de José Luis
Ibáñez Salas es una historia de maquis y
reconstruye a la perfección ese universo irreal bien apegado a
la tierra, a los accidentes del terreno, al discurrir del agua, al curso de los
fenómenos meteorológicos.
Pero
su prosa recia, bien trabada, entre emocional y distante, y su imaginación
equilibrada lo alejan del costumbrismo, del costumbrismo político
de una izquierda redentora y narradora. El autor elabora una inspección,
pero con las artes de la novela, no de la investigación erudita. No se equivoca de género,
pues. Lo pretérito no es el marco. Es materia
urgente de la actualidad y de su narración, una narración
en primera persona por alguien presente, actual. De esas cogitaciones se siguen
enseñanzas bien provechosas.
Es
una novela moral. Léase esto en el mejor sentido. Cuando
el narrador reconstruye ese pasado en estilo directo o en estilo libre
indirecto se implica, se inmiscuye y nosotros con él. Cambian las voces y el timbre de
cada una de ellas y las consecuencias para el mundo interior. Por todo ello y
por sí, la novela es muy convincente: cumple
a la perfección con su principal cometido, que es el
de persuadir al lector de la historia que se le cuenta. Salvo algún
anacronismo o palabra estridente (liderazgo, por ejemplo), la prosa se
acomoda a lo que narra con finura sintáctica. Hay sabiduría
narrativa y expresiva. Esa sintaxis es seca, árida, por momentos; en otras
circunstancias se vuelve compasiva, adaptada a unos sentimientos que se van
exponiendo, mostrando. Jamás es cursi. No hay nada inverosímil,
nada que nos resulte increíble. El lector se adecúa
al discurrir del agua y de las páginas, al goteo incesante, acompañando
al relator.
Se
cuenta un avatar, se relata un proceso (un orgullo humano y una caída)
y el resultado es enteramente satisfactorio. Todo ello se evoca a muchos años
de distancia. El personaje principal es rememorado, relatado: ¿un
guerrillero, un bandido? Hay una honra que se expresa y hay un honor que se
muestra. ¿Bandidos, guerrilleros, los del monte?
Los diálogos son categóricos,
con expresividad y con contundencia (cuando hace falta).
El
título (provisional, tomado de un verso
del interior) es mejorable: Serás mi tumba. Yo propondría
otro, del poema “Profecía sobre el campesino” de Miguel Hernández,
que reza así: Día
vendrá un cercano venidero. Para mejorar aún
más la calidad y la persuasión
de la obra, a la novela no le vendría mal una nota de autor, una nota que
figuraría al principio. Antes de ingresar en
la ficción… Esta
‘Nota de autor’ sería ambivalente. Por un lado, sería
efectivamente un escrito de José Luis
Ibáñez Salas en el que el ‘autor’ daría detalles del proceso de construcción,
redacción de la historia. No tiene por qué ser verdadera. Pero la ‘nota
de autor’ sería también un recurso posmoderno: una información
excedente, suplementaria, incluso innecesaria, que el destinatario recibe y que
es una instrucción de lectura. Instrucción:
intromisión autorial. Es decir, se le impone una
clave y se le dice qué se puede saber y qué no se puede saber. Se le dice (hasta
cierto punto) cómo está narrada
la novela: quién es el narrador y en qué tiempo cuenta las cosas. Esto que
propongo es puramente opcional, pues sin esa nota la novela se sostiene por sí misma.
Las frases de los protagonistas, el fragor del lenguaje campesino, la musicalidad del orden verbal, el colofón de una vida imaginaria…, todo ello nos adiestra, nos alecciona y especialmente nos atempera. Hay cosas menores, artículos de la vida cotidiana perfectamente descritos; hay excepcionalidades, cataclismos ordinarios, hay voces múltiples y una reconstrucción posmoderna. No es una novela de maquis buenos. Es un dolor de la España actual expresado con lenguaje de la época y con fórmulas de nuestro tiempo. ¿Cabe más? Hay una sonoridad léxica y sintáctica, una sonoridad que evita las cacofonías y la prosa administrativa. Hay unos personajes bien perfilados. Hay tremendismo y ternura. De esta obra puede salir un gran éxito literario.
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