Ahora que nos dirigimos hacia una humanidad mejorada, una humanidad aumentada, “ahora que vivimos
la exaltación tecnocientífica que nos promete la inmortalidad, la felicidad y
la divinidad”, conviene no olvidar que “la historia parece un barco borracho a
merced de las tormentas exteriores e interiores” (una narración desgarrada
entre nuestras grandiosas aspiraciones y la miseria de nuestros actos), aunque
a menudo hayamos creído ver en ella un hilo conductor hacia el progreso.
¿Seguiremos los humanos dividiéndonos entre utópicos y apocalípticos? ¿Seguiremos dejando la creatividad en
manos bien de los que pretenden acrecentar su poder y limitárselo a otros para
dominar la realidad, bien de aquellos que hacen refulgir la palabra dignidad continuamente para darle
sentido a la realidad?
Si queremos llegar al futuro a través de la era del humanismo
de tercera generación (tras el de la primera, que se corresponde con el
Renacimiento, y el de la segunda, propio del siglo XIX y la distinción entre
ciencias positivas y ciencias de la cultura), hemos de saber explicar el pasado
como “el gigantesco esfuerzo de los sapiens
por convertirse en animales espirituales”:
necesitamos una ciencia de la evolución cultural de la humanidad para conocer
la esencia del ser humano y provocar la “lealtad a toda la humanidad” (no sólo
a lo más local, cercano) que permita dirigir
la evolución humana (aprendiendo de la Historia lo que es la humanidad compartida, que el tiempo de
los humanos no tiene un fin pero sí tienen los humanos fines) a través de la difícilmente creíble “ley del progreso ético de la humanidad”:
“Cuando las sociedades se
liberan de la pobreza extrema, de la ignorancia, del dogmatismo, del miedo, y
del odio al vecino y al diferente, evolucionan convergentemente hacia un modelo
ético universal que se caracteriza por el respeto a los derechos individuales,
el rechazo a las discriminaciones no justificadas, la confianza en la razón
para resolver problemas, la participación en el poder político, las seguridades
jurídicas y las políticas de ayuda.”
El hilo de la evolución de la familia humana se mantiene por
medio de “la conservación, la recuperación, el traspaso de la caja de herramientas físicas y mentales
creadas por la cultura anterior”: de tener que elegir algunas de ellas, parece
que lo más importante es “que se mantengan las herramientas encargadas de eliminar los obstáculos que impiden el
progreso humano” (la pobreza extrema, la ignorancia, el dogmatismo, el miedo y
el odio, recordemos). Esas herramientas, que se perfeccionan, pero que a menudo
se han olvidado, son “el progreso económico, la información asimilada, el
pensamiento crítico, el respeto y la compasión”. Y con ellas, la humanidad
“estará en condiciones para construir la felicidad
objetiva”.
Este texto pertenece a mi artículo '¿Para qué sirve el ser humano? La historia de las culturas de Marina y Rambaud ', dedicado al libro Biografía de la humanidad. Historia de la evolución de las culturas, de José Antonio Marina y Javier Rambaud, publicado el 9 de diciembre de 2018 en Periodistas en Español, que puedes leer AQUÍ COMPLETO.
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