Memoria y honor en la Edad Moderna europea, POR Manuel Rivero Rodríguez

En el epígrafe que el historiador español Manuel Rivero Rodríguez dedica en su libro La monarquía de los Austrias a la revuelta de Cataluña durante el reinado de Felipe IV, con ocasión de la explicación de dicho acontecimiento, podemos leer un interesante análisis de la sociedad de aquellos tiempos entre lo medieval y la Ilustración, de aquella época del Antiguo Régimen:

“En la Europa Moderna, ciudades, reinos, gremios, corporaciones y linajes disponían de un patrimonio inmaterial, fundado sobre concesiones, costumbres, reconocimientos que tenían en el rey un garante pero que se habían edificado sobre la Historia, la antigüedad, acumulando un capital que ni siquiera el rey podía o debía tocar.

La memoria tenía un valor fortísimo, la reputación constituía un elemento intocable, el honor. Cada uno debía ser honrado conforme a su merecimiento y estaba obligado a exigirlo. La noción de integridad estamental imposibilitaba la interiorización de una idea racional de lo público y de una lealtad que no fuera en primer lugar hacia sí misma: el honor, la reputación, los privilegios, la fama, los fueros, las inmunidades…

El teatro del Siglo de Oro, como expresión del gusto y eco de la opinión pública, situó precisamente en el honor, la reputación, el eje de un modelo evolucionado de sociedad estamental. Menéndez Pidal destacó que al haberse centrado todo el problema del estudio del honor en los problemas conyugales o sexuales, había descuidado la comprensión de lo que representaba, de qué era signo o síntoma. El honor era manifestación visible de la reputación, por eso era equiparado a la vida, al ser social. Cada uno se situaba en el orden político y social conforme a la estimación que les correspondía, podía ascender o descender ganándola o perdiéndola.

No se trataba de particularismo o ‘egoísmo enfermizo’, como era calificado por Menéndez Pelayo, sino de conservación patrimonial. La polémica jurisdiccionalista entre la Real Audiencia y la Diputación de Cataluña tenía más de puntos de honor y preeminencias que de polémica política en el sentido que hoy lo entendemos, en el asunto del descubrimiento [de tocados de cabeza ante el representante regio] de las Cortes de 1632 un caballero catalán disentía ante la afrenta y dijo en voz alta: ‘és preferible morir que ser deshonrat’.”

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