Todavía no me he recuperado de la lectura de la más reciente
novela de Dennis Lehane. Estoy
seguro de que Después de la caída no es una broma. Y lo sé porque no tiene
maldita sea la gracia. Voy a tratar de explicarme. ¡Qué decepción!
Publicada en Estados Unidos en 2017, y en español este año
2018, Después de la caída infringe
todas las normas de credibilidad que ha de tener una ficción, excepto una, la
que se le ha pasado por la cabeza al tramposo Lehane, quien
incomprensiblemente, a diferencia de su sublime Trilogía Coughlin (Cualquier otro día, Vivir de noche y Ese mundo desaparecido), arremete
con la confianza que un lector tiene que tener con todo narrador omnisciente
que se precie en este tipo de novelas de intriga que acaban por ser más falsas
que la falsa moneda.
Dicho lo cual, esta novela no deja de ser una (enrevesada) indagación
más sobre lo que quiera que sea la vida, esa “sucesión de distanciamientos”
cuyos personajes acaban siempre por retirarse tras cruzar el escenario y
demorarse en hacerlo unos más que otros. Su protagonista, que se pasa media
novela buscando a su padre (que “olía a relámpago” y que en lugar de haber
vivido su vida, probablemente, “la vida le había vivido a él”), visita la brutalmente
asolada Haití para comprobar que en la realidad uno puede descender a un infierno
para descubrir que “hasta en el verdadero infierno hay alguien al mando”, a
diferencia de los abismos poblados por seres vivos, y escribe una novela que
quiere titular Transitoriedad pues
las vidas de quienes la habían marcado eran “un estado de desarraigo permanente”.
Y hasta ahí soy capaz de contarte, porque el resto, el resto es increíble.
Literalmente.
Eso sí, como Lehane es un escritor magnífico, no obstante lo
que vengo contándote, te dejo con una de esas frases que le encandilan a uno.
Sobre todo cuando está leyendo un libro que ni uno como lector ni Lehane como
autor se merecen:
“La nostalgia es
la llorona hermana de la Historia”.
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