Pensar el siglo XX es uno de los libros
póstumos del historiador británico Tony
Judt. Reproduce una conversación entre él y el historiador estadounidense Timothy Snyder. Publicado en 2012, fue
escrito (fue conversado) para
responder a dos preguntas, tal y como el propio Judt explicaba en su epílogo:
“¿Qué
había sido de las lecciones, recuerdos y logros del siglo XX? ¿Qué quedaba de
ellos y qué se podía hacer por recuperarlos?”
Lo que me interesa ahora de esa magnífica reflexión sobre el siglo XX es
cuanto Judt explica sobre lo que es para
él su gran oficio, el oficio de los historiadores: la Historia.
¿Es la Historia un relato moral, un relato del inevitable
progreso?
Al hacerse preguntas así, al
plantearnos estas cuestiones de fondo, Tony Judt ahonda con su habitual
brillantez en el nuclear asunto de la disciplina de los historiadores.
“Si les
preguntan a mis colegas cuál es el
propósito de la historia, o cuál es la naturaleza de la historia, o de qué
trata la historia, se quedarán boquiabiertos. La diferencia entre los buenos
historiadores y los malos es que los buenos pueden arreglárselas sin una
respuesta a estas preguntas y los malos no.
Pero aún
si tuvieran respuestas, seguirían siendo malos historiadores, ya que
simplemente contarían con un marco, una plantilla, dentro de la cual, podrían
funcionar. En lugar de eso, cuentan con pequeñas plantillas (raza, clase,
etnia, género, etcétera) o bien una versión residualmente neomarxista de la
explotación. Pero no veo ningún marco metodológico común para la profesión”.
No sólo hay una utilidad en la labor de los historiadores, también existe una
ineludible responsabilidad.
Este texto pertenece a mi artículo ‘Las lecciones de Historia de Tony Judt’, publicado el 10 de octubre de 2018 en Nueva Tribuna, que puedes leer AQUÍ completo.
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.