Las dos Gloriosas
más famosas de la Historia tuvieron lugar en años con cifras similares: la
inglesa en 1688 y la española en 1868. Ambas fueron revoluciones que derrocaron
monarcas, la una a Jacobo II, la otra, la que aquí viene a cuento, a Isabel II.
Los últimos
años del reinado de la hija de Fernando VII ─asfixiados por la crisis de una
economía incapaz de iniciar un despegue que aprovechara, por completo, las
ventajas que la revolución industrial ya le estaba dando a un mundo con
tendencias globalizadoras─ mostraron una evidente desintegración política. A
los cambios profundos que exigían la clase media y los primeros obreros conscientes, el régimen isabelino
únicamente supo contestar con la fuerza, enrocándose en su moderantismo hasta
llegar al Gobierno de Luis González Bravo, que, a partir de abril de 1868,
llevó al reinado de Isabel II prácticamente al ejercicio de una dictadura.
De aquella
guisa, lo que se produjo fue el triunfo en septiembre de 1868 de un
levantamiento revolucionario que destronó a Isabel II, cuya conducta personal
no había sido ajena a las causas del proceso, y dio comienzo al llamado Sexenio
Democrático, el periodo en el que se instauró un
régimen demoliberal que pretendió apuntalar definitivamente eso que se ha dado
en llamar revolución burguesa.
Un año
antes, en junio del 67, Francisco Serrano, duque de
la Torre, uno de los puntales, político y militar al tiempo, del régimen
monárquico, se había adherido al pacto antigubernamental que ya tenían signado
progresistas y demócratas para derrocar a la reina. Un pronunciamiento,
detonante de la actuación de las consabidas juntas revolucionarias ya
preparadas por los conspiradores, sería una vez más la mecha, prendida en Cádiz
por el brigadier Juan Bautista Topete bajo la dirección del duque de la Torre,
presto para llegarse hasta Madrid, y de otro general, heroico por lo demás, el
catalán Juan Prim, que a su vez avanzaba hasta su patria chica para extender el movimiento.
Y
sí, hubo una batalla que está en el gozne de la Gloriosa española, la llamada
batalla de Alcolea, librada el 28 de aquel mes de septiembre de aquel 1868 en
las proximidades del puente sobre el Guadalquivir de la localidad andaluza de
Alcolea (hoy, parte del municipio de Córdoba), razón esa por la que también se
le conoce al combate como batalla del puente de Alcolea.
El
duque de la Torre opuso a sus tropas aquel día a las isabelinas comandadas por
Manuel Pavía y Lacy, que desde Madrid acudían a luchar contra los sublevados en
Andalucía. La victoria de los revolucionarios supuso la derrota del régimen, la
pronta huida de la reina y, como ya hemos dicho, el comienzo de una nueva, y
breve, época.
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