Hagámonos un lío de fechas, de años.
En 2019 tiene lugar el argumento de la película Blade runner que yo vi el año de su
estreno, en 1982, y que tanto me gustó, aunque no sé muy bien explicar por qué,
siendo como es una de las pocas películas que he visto varias veces; en 2017 se
estrenó su tardía secuela, Blade runner 2049, que transcurre en ese año 2049, pero
que yo no he podido ver hasta este año de 2018 en el que escribo sobre ella lo
que vas a leer.
1982… 2017, 2018, 2019, 2049. Hasta
el infinito y más acá.
Blade runner 2049 también
me ha agradado, lo cual no es decir mucho, o bien es decir mucho cuando uno
asiste a la continuación de algo que le encantó en un tiempo en el cual aún no
tenía siquiera veinte años cumplidos.
La memoria es lo que nos hace
humanos. Una vez más. Y secuencias estéticamente notables, compatibles con la
trama, como en la primera parte. Y una ambientación opresiva de la que no
puedes escapar. Y cine negro futurista. Quizás se haga algo larga esta segunda
parte dirigida por el cineasta canadiense Denis
Villeneuve, de quien ya había visto anteriormente una película increíble en
el sentido literal del término llamada Incendios, y producido por el director de la
primera entrega, el reputado y controvertido a partes iguales cineasta
británico Ridley Scott. Y sí,
también sale en esta Harrison Ford,
haciendo del personaje que ya interpretó en la primera entrega, pero más mayor.
Como él.
Hala, ya está.
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