La historia,
el pasado, no se repite. Nada es igual, nada permanece, el cambio se
encarga de eso. (Aunque ese nada podría matizarse por casi nada es igual, casi nada permanece, pues, como el sociólogo
estadounidense Robert Jervis dejó sentado a mediados de los años 1970, “no
podemos hallar sentido a nuestro medio circundante sin presuponer que, de algún
modo y manera, el futuro tendrá alguna semejanza con el pasado”.) Y el cambio sí es el motor de la historia, es el verdadero objeto de estudio de la
Historia. O eso dicen algunos historiadores.
Este texto pertenece a mi artículo 'El cambio, ese motor (de la historia)', aparecido en Periodistas en Español el 15 de julio de 2018 que puedes leer COMPLETO aquí.
Hablando de cambio, permíteme que te recomiende un libro de
2016 sobre el que escribí en algún sitio esto:
“Un pie en el río. Sobre el cambio y los límites de la evolución, del historiador Felipe Fernández-Armesto, es un recorrido fascinante a lo largo de todo cuanto nos hace humanos, donde aprendemos más de nosotros mismos cuanto más nos alejamos, cuanto más conscientes somos de la inmovilidad y de las transformaciones. La biología, la ciencia, la evolución; la cultura, la historia, el cambio. Es este un ensayo necesario que te recomiendo.”
El propio Fernández-Armesto
nos dice algo sobre el pasado y sobre nosotros, los seres humanos:
“Nuestra manera de vivir depende de nosotros, no está codificada en nuestros genes o cualquier unidad análoga, ni implícita en la evolución ni determinada por el entorno. Si no nos gusta, podemos volver a imaginarla y luchar por darle otro aspecto.”
“La
Historia es cambio”, dijo el historiador español Juan José Carreras. Y añadió:
“Por eso, porque el tiempo no es más que la huella que deja el cambio, se podía concluir con un sentimiento que comparten los historiadores, el del poeta chino que habla de que ‘el tiempo no es tiempo, el tiempo son las huellas, la flor marchita en la campana de cristal, la columna y el arco ahí precipitados’.”
Para historiadores como Marc
Baldó Lacomba, lo esencial de la explicación histórica es el “cambio
social”, es más, para él, “la historia es cambio: lo constitutivo de la
experiencia humana es el cambio social.” Baldó Lacomba recurre nada más y nada
menos que al historiador francés Lucien
Febvre, uno de los fundadores de la reputadísima escuela de Annales, quien dejó escrito que:
La Historia “es la ciencia del perpetuo cambio de las sociedades humanas, de su perpetuo y necesario reajuste a nuevas condiciones de existencia material, política, moral, religiosa, intelectual. […] Estudiar el cambio sirve para mostrar que la realidad social requiere ser aprehendida para poderse cambiar, al menos conscientemente.”
Quedémonos con una idea: la
Historia no sirve para predecir el futuro. “Si acaso —como nos dice el
historiador Enrique Moradiellos— la
investigación histórica postdice el
pasado”. Podemos leerle al también historiador Justo Serna que los seres
humanos, “testigos y víctimas que no queremos ser verdugos”, no siempre damos
con eso que es verdaderamente decisivo, que cambia el mundo o que provoca un
desastre que fuimos incapaces de adivinar. No, “ni la Historia nos redime ni el
futuro nos apaciguará”.
He leído en un libro del escritor español Eduardo Laporte una referencia a mi oficio que viene ahora como
anillo al dedo para despedir este epígrafe. Era, es, un texto del escritor
británico Julian Barnes. Dice así:
“Alguien dijo una vez que sus momentos predilectos de la historia eran aquellos en que las cosas se estaban derrumbando, porque eso significa que algo nuevo estaba naciendo”.
Este texto pertenece a mi artículo 'El cambio, ese motor (de la historia)', aparecido en Periodistas en Español el 15 de julio de 2018 que puedes leer COMPLETO aquí.
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