Nos dice la historiadora española Cristina Gómez Cuesta:
"La función del historiador no es ofrecer doctrina, sino construir posibilidades interpretativas. No se trata de ser apolítico o neutro, sino que la orientación política no se anteponga a la disciplina profesional. Tenemos la tendencia a desvelar la ideología del adversario, pero no la que nos condiciona a nosotros mismos. Por eso, la primera tarea del historiador debe ser descubrir y descubrirnos las posiciones desde las que enunciamos nuestras construcciones del pasado, así como las consecuencias que se derivan de ello.El historiador debe ser imparcial pero no necesariamente neutral, puesto que como todo científico tiene derecho a interpretar".
Para finalizar con cuanto me interesa resaltar sobre este
asunto de la objetividad, regreso un momento a la palabra compromiso, y lo hago de la mano del
historiador francés Antoine Prost,
para quien el compromiso personal
“permite ir al historiador más rápido y más lejos en la comprensión de su
objeto, pero asimismo puede apagar su lucidez por la efervescencia de los
afectos". De hecho, "la distancia que crea la Historia [no sólo
respecto del paso del tiempo] es así también una distancia en relación a uno
mismo y a sus propios problemas". "El historiador debe aclarar sus
propias implicaciones", argumenta Prost, y yo añado que debe aclarar 'a
los demás' y aclarárselas 'a sí mismo' de forma que recapacite sobre sus
propios prejuicios para ejercer la crítica absoluta sobre su objeto de estudio.
La objetividad "no puede proceder de la perspectiva
adoptada por el historiador, pues se halla necesariamente situado, es decir, es
necesariamente subjetivo".
Estoy con Prost: no existe en la Historia la objetividad.
[Este texto forma parte de mi artículo 'La
objetividad y la Historia', aparecido en Periodistas en Español el 17 de junio de 2018, que puedes leer EN ESTE ENLACE.]
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