Érase
una España de homo
antecessors, una España sin españoles, sin topónimos, érase una España en
minúscula, crepuscular, microscópica e insignificante, una España de cuando
todo era pasado, una España de cuyo nombre no puedo acordarme. Érase una España
muy de pandereta, de guitarra española, de jotas y muñeiras y de flamenco, mucho
flamenco, agitanada y agigantada, una España de Austrias, una España siempre en
guerra, a veces, muchas, consigo misma, una España que no podíamos adivinar ni
en Ampurias ni en Cádiz ni en Atapuerca ni en Medina del Campo, una España de
Caballé y Mercury a grito pelado, manteniendo el tipo antes del proceso procesal
de los procesados.
Érase una España capaz de prohibir dos veces, dos, a
Serrat, una España cuyos dueños aún no han superado el síndrome de Estocolmo, una
España de arrebato y sosiego, una España que fue, es y es y fue, una España en
la ONU y en la UE y en la OTI, una España diseminada e inseminada. Érase una
España a una nariz pegada, la nariz del olor de los plutócratas y sus
tiburones, la nariz del dolor y el trauma que nunca se queda en su sitio
antiguo, marchito, derrotado quizás para siempre.
Este texto pertenece a mi artículo 'A vueltas con España', aparecido el 24 de junio de 2018 en Periodistas en Español, que puedes leer completo AQUÍ.
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