Philip Kerr
escribió un auténtico réquiem en la tercera de las novelas protagonizadas por
su detective-policía-espía alemán Bernard
Gunther. Titulada Réquiem alemán, como la obra musical
de Johannes Brahms estrenada en 1868 (en realidad, a la edición española de la
novela de Kerr se le cayó el Un que
indeterminaba al susodicho réquiem), la tercera novela de la trilogía Berlin Noir, que no tiene lugar en
Berlín, sino en la simbólica Viena,
es tan buena novela negra como las anteriores. Tan excelente novela. Sin
apellidos.
Estaba yo escribiendo esto cuando leo
que Kerr ha fallecido, víctima del cáncer que venía padeciendo. No puedo seguir
escribiendo…
Cuando alguien fallece a una edad
como la tuya y ese alguien te hacía disfrutar de lo lindo con sus invectivas,
con su arte, con su saber hacer, sientes que alguien que te debe cosas te las
va a deber para siempre. Philip, me debías más novelas de Gunther, me
debías más novelas negras futbolísticas. Kerr, me las debías…
Una vez discutía yo con alguien sobre
la calidad literaria de tipos como Kerr. La comparación era con un autor de
esos ultramegamolones que encandilan a aquellos a los que la literatura sólo
les interesa para diferenciarse claramente de los demás y aspirar a ser los
mejores lectores críticos de todos los tiempos.
Pues bien, yo entonces sólo había
leído una novela del amigo Philip. Ahora ya he leído cuatro.
Alemanes de Alemania, tantos cadáveres
en el armario...
Todos tenemos alguno.
Larga vida a Gunther y al escrutinio visceral del pasado.
Que la eternidad te sea leve, Philip Kerr.
[Sobre otra novela de Kerr, puedes
leer en Insurrección… ‘Gunther y Kerr: el final definitivo
de todas las cosas’.]
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