Dentro del País Vasco se mueven
aún bastantes colectivos que han sido socializados en el odio que se extendió
durante las últimas décadas. Sin embargo, los años pasan para todos. Los jarraitxus
que no dieron el salto y se incorporaron directamente a ETA, también han evolucionado desde los años ochenta hasta hoy.
Algunos siguen en la brecha y son inasequibles al desaliento y otros han ido
cambiando. Y sobre todo, se han hecho viejos para el rock and roll
revolucionario de fin de semana.
Pero siempre ha habido cantera. Cantera y clases. En los años noventa Jarrai lo fue para HB y para ETA. Tras
la ilegalización de Batasuna y el famoso "o votos o bombas” de Rubalcaba
tuvieron que elegir. Eligieron lo primero aunque siguieron durante un tiempo
aferrados a lo segundo. La izquierda
abertzale siempre trató de controlar a los movimientos sociales, y estos
incluían todos aquellos que se moviesen en el ámbito deportivo, como los grupos
ultras de los fondos de los estadios
vascos. Allí montaron su pequeño
parque temático con banderas, hachas, serpientes y el panteón de los gudaris
caídos por la patria. Los responsables de los clubes se lo permitieron,
unas veces por miedo y otras por no enfrentarse a unos grupos que necesitaban,
como necesitaban en el resto de España y en el resto del mundo todos los clubes
a sus peñas más fieles. El Madrid y el Barcelona decidieron hace tiempo acabar
con ellos, pero en los equipos vascos nunca hubo valor ni compromiso
suficientes para hacer lo mismo.
Siempre se dijo, "los nuestros no son tan violentos, ni por supuesto
tan fachas como los de los españoles. Esos sí que son peligrosos". Los nuestros eran igual de violentos,
no en los hechos, pero sí en las proclamas y en la cultura del odio que mamaban
y destilaban. Y así fueron pasando los años.
El anuncio de ETA de 2011,
aunque largamente esperado, pilló a muchos con el pie cambiado, sobre todo a
estos grupos, que curiosamente, no aceptaron en principio el alto el fuego ni
la apuesta de la izquierda abertzale por eso que llamaron "las vías
exclusivamente democráticas". Otegi
se reunió con las juventudes, que ahora se llamaban de otra forma y también con
algunos de esos grupos para tratar de convencerles de las bondades de los
nuevos tiempos y de la "necesidad histórica de cerrar el ciclo de la lucha
armada" (sic). No nos meteremos mucho con vosotros si algunos fines de
semana os pasáis un poco, pero esto tiene que ir acabando. La realidad de
la pacificación resultó muy aburrida.
"¿Dónde quedaban aquellos fines de semana tan maravillosos de autobuses
y cajeros ardiendo, dónde quedaban aquellas calles de fuego, los enmascarados
gritando sus proclamas y luego todos a brindar con unos zuritos o con unos porritos
por la última ekintza?" Ay, Barrencalle, Iturribide, ya no son lo que
eran. Ah, qué tiempos aquellos, eso sí
que era excitante. Un ertzaina ardiendo, qué risas, tú. Y en esto llegó la
crisis también, que ya había afectado antes al resto de España, porque nosotros
somos mejores y más listos que ellos y la vivimos más tarde. Y se abrieron
nuevas ventanas de oportunidad: los
movimientos antiglobalización que habían comenzados unos años antes, y el
antifascismo de salón, que nunca se fue y el anticapitalismo que financiaban
sus aitas, desde sus caseríos de Oyarzun o desde sus casitas de las Landas, tan
bien pintadas ellas, con tanto encanto.
Ay, el anticapitalismo y el antifascismo, qué grandes momentos. Con la poca
elaboración teórica que necesitaban los muchachos desempolvaron sus trastos. No
tenían "hierros", pero los principios fundamentales de la guerrilla
urbana de los noventa eran como los del Movimiento, no se olvidan nunca, como
montar en bici o lo otro. Nunca se
fueron pero volvieron. Algunos campus universitarios siempre fueron suyos,
como el de Vitoria-Gasteiz, qué mejor que la facultad de Filosofía y Letras
para hacer sus ejercicios espirituales y militares. Y las manifas, y las
pintadas, y los asaltos a las bibliotecas, qué gran simbolismo. En los últimos
años algunos grupos minúsculos, como Sare
Antifaxista y otros colectivos como Herri Norte en San Mamés, han ido reuniendo a los más alegres y
combativos y en esto llegaron los del
Spartak. "Para huevos, los nuestros". Ya lo habían ensayado dos
años antes contra el Olimpic de Marsella con bastante éxito.
Y además, la
presencia de los rusos blancos tenía un aliciente. Por fin podían enfrentarse a
ese otro bando que nunca existió. Una camada de alegres remeros del Volga con
estética nazi, malencarados y energúmenos como ellos. Por fin había dos bandos
dispuestos a sacarse los ojos.
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