Nueve millones y medio de estudiantes españoles cursan
su formación educativa en España, desde la Educación Infantil a la Superior. El
alto grado de fracaso escolar (uno de cada cinco alumnos de 18 a 24 años
abandonó en el último período analizado las aulas sólo con un título de
Educación Secundaria Obligatoria, siendo así que España dobla la media europea),
la aparente mala posición en esos controvertidos listados del hit parade educacional del mundo y,
sobre todo, el futuro que lleva gritándonos a todos, pero especialmente a los
educadores, desde hace décadas y cada vez con más fuerza, haciendo atronar la
palabra INNOVACIÓN, hacen perentoria
la necesidad de ese acuerdo sobre el sistema educativo que se tramita desde
hace meses en el Congreso de los
Diputados. Una búsqueda de acuerdo que se
tramita en el sentido emocional, no en el sentido de obligación desatendida.
¿Para
qué se prepara a los alumnos? ¿Para qué sirve la enseñanza, hoy? En
el fondo, todo se reduce a eso. Pero sobre lo que se va a negociar es sobre lo
más elemental del problema. Y lo más elemental ya es en sí pura incertidumbre.
Se han dado los parlamentarios españoles
hasta mayo y han resuelto reunirse tres veces a la semana para debatir,
esperemos que consensuar, sobre quince
puntos quince de un guion en el que han desmenuzado el abismo que no
debería de ser nunca un sistema educativo. En ese elenco hay asuntos que llevan
todalavida sobre la mesa, es un
decir, o sí, porque los intentos para pactar la educación no han empezado el
año pasado. Y hay asuntos que han llegado recientemente para complicar aún más
y convertir estas reuniones en un másdifíciltodavía
circense.
[este texto es parte de mi artículo del 11 de febrero de 2018 para Periodistas en Español (titulado 'Pactar la educación: la política tiene que servir para algo') que puedes leer completo AQUÍ]
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