¿Misoginia
y machismo o misoginia o machismo en la serie Méndez? ¿O en toda la obra de Francisco
González Ledesma?
Lo
ignoro, yo sólo he leído Una novela de
barrio, una novela de 2007 perteneciente a la serie de novelas donde el
policía Méndez es el protagonista, y en ella las hay a raudales.
Y
sólo eso es cuanto voy a decir en contra de esta obra singular. Bueno, eso y
que el desenlace es un poco álexdelaiglesiano, apelotonado, mogollonáceo. Nada
más en contra. Al fin y al cabo, yo siempre escribo a favor. A favor de obra.
Y
cómo voy a hablar mal de un libro escrito primorosamente, arañando la ciudad, que diría el título de un disco del tan
denostado en nuestros días Ramoncín. Un libro donde podemos leer maravillas
como estas:
“Un gorrión inmigrante se posa en el
alféizar y parece mirarlos desde el fondo de una naturaleza eterna que siempre
tendrá razón, y en la que ellos no importan nada. Los ojillos del gorrión que
sólo tiene futuro son mucho más humanos que los de David Miralles, el hombre
que sólo tiene pasado”.
“Otra vez el silencio de los patios
de atrás, silencio de matronas y de gatos, de chicas que numeran sueños, de
viejos que numeran horas, sólo roto por las ráfagas de lluvia. En los barrios
pobres llueve diferente, ha pensado más de una vez Miralles: en los barrios
pobres, la única poesía es la lluvia”.
“El gris de la tarde era un color de
muerte; no sabía por qué, pero era un color de muerte”.
Una novela de barrio es mucho más que una novela de
barrio, siendo en esencia eso, pero sublimando lo que de urbano, suburbial,
callejero, ya sería de por sí meritorio si fuera transformado por el espejo
cóncavo de la literatura. De la buena literatura. Si fuera. Como lo es en esta obra divertida, dolorosa y sabia.
Si
el protagonista de la serie donde está inmersa esta novela es Méndez, el
hilarante y creíble policía creado por González Ledesma, a él habrá que dedicarle
algunas palabras aquí…
Si
podemos leer que “tal como se están poniendo las leyes, a la víctima no le
queda más recurso que la venganza directa”, podemos saber algo del protagonista
de la serie cuando en una conversación con su jefe leemos:
“-Usted no cree en la ley, Méndez.-Creo en las víctimas, pero da la casualidad de que le ley nunca habla de ellas”.
Más
del comisario jefe de Méndez:
“Esta puñetera ciudad está llena de
gente que quiere matar y gente que quiere morir. Podrían ponerse de acuerdo”.
Es
esta una novela donde hay pensamientos que no son pensamientos, que son
recuerdos, donde “lo que ha acabado entendiendo el hombre que había de morir ya
no le sirve de nada”, una novela donde uno de sus personajes femeninos, a
menudo cosificados, que diríamos hoy, puede y sabe hablar así:
“Pero se olvidó de la Nati en cuanto
me vio a mí, que entonces era joven, alta, fuerte y con cara de virgen que ha
sido torturada por un cónsul romano”.
“Las flores cuestan un huevo. Ni que
las regaran con semen de tigre”.
Una
novela donde vemos fotografías, porque el narrador es capaz de enseñárnoslas de
una brillante manera artística, puro artificio de mago:
“Un niño que juega con un balón, se sube a una bicicleta de juguete, y le da bofetadas al viento”.
Una
novela negra, policiaca, que sabe ser de género cuando el autor lo consiente:
“La pena no conduce a la bondad, sino
a la venganza […], ‘Esta vez van a llorar los muertos’”.
Es
una novela cáustica, descreída, que ve la realidad por ese prisma desquiciante tan
del gusto de los que ven la botella siempre medio llena, perlo medio llena de
ben vino, y así no es extraño que uno de sus personajes cortados a navaja diga:
“Cuando todas las cortesanas del país
hayan vendido su parto a la tele y todas las mujeres hayan engañado a su marido
con un toro, el país se aburrirá y volverá a lo principal, que es la guerra
civil, los estatutos de autonomía y la unidad de España […]: mientras el país
esté idiotizado con las aventuras de cama y no con nuestro destino histórico,
nadie mata a nadie, a no ser a cornadas, y el día va tirando. En caso
contrario, ya veremos”.
Un
buen lector de Una novela de barrio tendrá
que ser capaz de entender “que las sombras permanecen, y que una persona puede
morir dos veces”.
Y,
para acabar, poesía:
“Deja que te busque. Mi lengua es
sabia, larga, tiene dedos, tiene años y memoria. Deja que te acaricie. Que te
mime. Que escupa nuestra vida sobre las paredes muertas”.
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