Ha sonado en la noche la sirena de la fábrica, una vez
más, como tantas otras, rasgando silenciosa el silencio del barrio, dejando en
las calles el nunca olvidado aroma de los años del pasado.
Mojadas por la lluvia invisible, las aceras no
escuchan el alarido que la factoría desprende en cada cambio de turno, como
tampoco los vecinos oyen casi nunca la insistente marejada de sonidos exactos y
puntuales de las tardes, de las mañanas, de las noches de la ciudad, como si el
aviso fuera percibido únicamente por los oídos expectantes de los obreros al
acecho de su entrada o de su salida.
Es marzo, y el año no importa. O sí, sí importa. Es
1974. O tal vez sea 1969.
Los trabajadores del turno que ahora comienza están
dispuestos a no reemplazar a los que están a punto de salir. Y los policías,
diríase que cientos, están alerta, decididos a hacer lo que se les ha ordenado,
como siempre. Grises sus trajes y grises ahora sus mentes, los guardias tienen
prendido de su olfato el olor de las noches finales del invierno madrileño. Los
obreros también.
La sirena ha cesado en su intento de vencer al
calabobos que empapa a policías y a trabajadores, desamparados en medio de la
hora nocturna todos. Y el frío. Un frío que hace dudar que aquello que se
precipita inclemente desde el cielo sea sólo el agua de una lluvia, helada sí,
y no la nieve de los inviernos de la Meseta, esa nieve que este año se ha
negado a acudir a la ciudad.
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.