Por supuesto que las 800 páginas
de la biografía de Paul McCartney
que ha escrito Philip Norman son
para fans. Para alegres fans que podemos pegarnos como moscas a la vida de
McCartney y comprender así al compositor de algunas de las mejores melodías del siglo XX.
Aquí está la educación musical y
vital que recibió de su padre, cómo se formó la sociedad compositiva Lennon-McCartney, su vida de dios del
pop durante la beatlemanía, y su
reconversión a estrella en solitario con apenas 29 años, cuando parecía que lo
mejor ya estaba hecho. Familia, giras, mujeres, marihuana, negocios, dinero y
sobre todo discos, música y más música,
porque al igual que otros grandes compositores de la historia McCartney es
inconcebible si no está creando algo en modo multitarea, ya sea una canción al
ukelele, un oratorio clásico o un colaboración rap.
Su biografía es ante todo una experiencia musical. Así que he pasado unas semanas alegres viviendo
como un fan esa tarde en la parte trasera de la iglesia de St. Peter, en el
liverpooliano barrio de Woolton, cuando John conoció a Paul, y sabes que todo,
incluido todos tus futuros en los que estabas en casa escuchando esa música
viva a solas, pudieron empezar. El mundo
moderno no se entiende sin la música que atraviesa la cabeza
de McCartney día y noche al parecer comunicada desde el más allá sin ningún
esfuerzo.
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