He leído dos novelas en las que Dostoievski
es el protagonista. Sí, Dostoievski, el escritor ruso. Bueno, protagonista,
protagonista no exactamente, aunque casi.
Una de ellas está escrita por todo un premio Nobel, de Literatura, claro.
La otra la escribió un amigo mío que no es (todavía) premio Nobel, pero que
tiene la palabra L-I-T-E-R-A-T-U-R-A grabada a fuego en cada uno de los textos
que escribe, sean novelas artículos de prensa, estados de Facebook, novelas o
la narración a medio camino de todo ello que yo mismo le publiqué hace unos
años titulada raramente Raros.
Voy a centrarme en el Nobel. No, no hablo de obtenerlo, obviamente, digo
que me voy a centrar en el escritor que es premio Nobel, de Literatura, digo, y
que, como Francisco Rodríguez Criado,
mi amigo el literato-literato, tiene a Dostoievski como protagonista de una de
sus novelas. Por cierto, la de Rodríguez Criado es la magnífica, la luminosa Mi querido Dostoievski, aparecida en 2012, y en ella el ruso no es
exactamente el protagonista porque la verdadera protagonista es la mujer que le
escribe a menudo, a él, a Dostoievski, desde el Madrid de nuestros días.
El Nobel es el escritor sudafricano John Maxwell Coetzee, en sus libros, J. M. Coetzee. Y la novela donde Dostoievski
es el protagonista, o casi, es El maestro de Petersburgo, de 1994,
dos años anterior a la majestuosa y conmovedora Desgracia.

Ahora que caigo, tal vez decirte a ti, que tal vez no hayas leído aún El maestro de Petersburgo, que su
protagonista es Dostoievski sea un destripamiento de esos que ahora que somos
tan finolis llamamos spoiler. Aunque no del todo, porque el protagonista no es él, sino su
hijastro muerto, en busca de cuya alma acude Dostoievski para encontrarse con
la suya propia. (Ahora sí que te lo he destripado, el libro).
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