No podemos aprender del pasado sin la Historia

El 30 de enero de 1933 llegaba al poder Hitler en la Alemania salida del maltrato internacional tras la Gran Guerra.

En principio, no podemos aprender del pasado porque el pasado es eso que he escrito y es esto, también:

El 30 de enero de 1933 llegaba al poder en Alemania un austriaco apellidado Hitler que acababa de ganar unas elecciones democráticas.

Pero la Historia, la disciplina propia de los historiadores, nos ha de explicar esos dos pasados que debieron ser seguramente sólo uno.
¿De la Historia no podemos aprender nada porque lo podemos aprender todo? ¿No son ni el pasado ni la disciplina que lo estudia una suerte de magistra vitae “portadores de lecciones y enseñanzas prácticas repetibles en circunstancias históricas posteriores”, como dice Moradiellos?

La historia, el pasado, no se repite. Pero, si bien nada (o casi nada) es igual, nada (o casi nada) permanece, pues el cambio se encarga de eso… hay entre los historiadores — el historiador francés nacido en 1933, Antoine Prost no, pero sí el historiador estadounidense de origen austriaco Ernst Breisach, fallecido en 2016— quienes defienden que la Historia sí nos da lecciones de las que aprender, y consideran que es capaz de recuperar “historias de éxito y de fracasos”, aportando “comprensión de las posibilidades y límites humanos”.

La Historia (sigo citando a Breisach:) “ha permanecido como el único intento por mantener un archivo de la experiencia existencial completa de los seres humanos que han vivido realmente en un lugar y un momento determinados”.



La vida es histórica por naturaleza: “ha sancionado el papel general de la Historia y los contextos reales de la vida han cambiado la forma específica de la historiografía. Ese enlace ha hecho de la Historia una necesidad existencial. Y esa Historia ha sido empírica en el sentido más positivo de la palabra, es decir, ha obligado a repensar la condición humana pasada al completo. Pese a ser esfuerzos arriesgados, los relatos históricos, sin embargo, nos han informado sobre logros humanos gloriosos y montones de cenizas de ambiciones excesivas, los mejores valores morales y lo abismalmente maligno, el equilibrio necesario entre el cambio y la continuidad, y la esperanza en lo humano más que en las utopías. Mantener y dar a conocer este archivo de experiencia humana durante los milenios, siempre comprendido incompletamente pero cada vez más claro por acumulación, ha sido responsabilidad de los historiadores, y lo seguirá siendo durante la posmodernidad y más allá”.


[Este texto pertenece a mi libro en proceso de escritura dedicado a la utilidad de la disciplina histórica]

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