Genoveva de Brabante.
Una novela.
Flor de cactus.
Una película.
Durante muchos años, hasta la época en que fuimos toda la
familia, mi padre, ella, mis hermanos y yo, a ver al cine El bosque animado, Los santos
inocentes, La vaquilla o Peggy Sue se casó y a mi madre le dio
por leer y la regalamos varios libros, Cuca sólo hablaba en materia literaria de
un libro y en cuestión cinéfila de una película. Genoveva de Brabante era la novela, el libro, y Flor de cactus la película.
No consigo recordar qué era lo que le había impactado de
aquel relato y qué lo que le había gustado de aquella película. Pero bien puedo
imaginarlo…

Tengo constancia de que en 1866, traducido por José Arroyo y
Almela, el editor barcelonés Juan Roca y Bros publicó la Genoveva de Schmid en castellano. Pero también hay una edición,
barcelonesa asimismo, de Librería de Estevan Pujal, dieciséis años anterior.
Bueno, a lo que voy… Genoveva de Brabante es además la
protagonista de una obra de teatro escrita en 1843 por Hebbel, una ópera de
1848 nada menos que de Robert Schumann y una opereta compuesta en 1859 por Offenbach.
Todos ellos germanos.
“A vosotras, buenas madres, va
principalmente dedicado este librito, a vosotras, las que sois sensibles a todo
lo honesto y hermoso, y que tenéis por lo más bello de la tierra nuestra
sacrosanta religión…”
Así comenzaba Schmid su Genoveva
de Brabante, fundada en una leyenda medieval que cuenta los avatares de una
heroína, y que, por decirlo finamente, es un magistral ejemplo de aquellas
obras de aquellos tiempos decimonónicos tempranos en los que asistimos a la formación
de un arquetipo femenino literario, pues el modelo encarnado por su
protagonista es nada más y nada menos que una casta esposa a la que la falsa acusación
de un pretendiente rechazado la lleva al repudio de su esposo.
Magdalena Maurici Frades, que en 2008 escribiera sobre Genoveva para el Bulletin Hispanique, nos resume su argumento:
“En principio, la leyenda cuenta como
Geneviève de Brabant o Genoveva de Brabante se halla casada con el príncipe del
Palatinado, Sigfrido de Trèves. Alejado, este último, de sus tierras en ayuda
de las tropas de Carlos Martel, que se halla en el intento de ganar Narbonne a
los sarracenos, deja a su esposa, Genoveva, bajo los cuidados de su mayordomo
Golo. Éste, desleal a su señor, se dedica a cortejar a Genoveva; Golo, al
sentirse despreciado por la condesa, urde una horrible venganza: desembarazarse
de Genoveva y del hijo que acaba de dar a luz. Para tal cometido manda a dos
criados para que ejecuten la abominable acción de matar a Genoveva y a su hijo.
Los dos criados se compadecen de su infeliz señora, y así le perdonan la vida,
y del mismo modo, como el perverso Golo ha pedido que se le muestre la lengua
de la infeliz víctima, traman presentarle la lengua de un perro, en vez de la
de Genoveva, como había exigido el traidor Golo. Sigfrido recibe las nuevas de
la infidelidad de su esposa y de su posterior castigo. La tristeza invade el
ánimo del marido. Transcurridos seis años, el conde sigue en una cacería a una
gacela que resulta ser la que ha amamantado al hijo de Genoveva. En su carrera,
el conde Sigfrido encuentra finalmente a su esposa e hijo. Se castiga
finalmente al traidor Golo. Finaliza la narración con la muerte de Genoveva, a
la que se venera como si fuese una santa. La gruta en la que vivió tantos años
recluida se convierte en un santuario, de la que se convierten en sus fieles
guardianes su marido e hijo.”
Pero, ¿por qué mi madre sólo mencionó de cuanto leyera en su
infancia ese libro? ¿Por qué fuera el único que leyó hasta que ya nos tenía a
mí y a mis hermanos criados?
Piensa, Jose, piensa…
Mientras ideo, sin mucha confianza, todo hay que decirlo, qué
era lo que obligó a su memoria a dejar en el cerebro de mi madre aquel cuento
de la germana medieval santificada legendariamente, me voy a ver Flor de cactus, la única película de la
que recuerdo haberle escuchado alguna vez a Cuca hablar como algo memorable,
divertido… Aunque, ahora que caigo, también mencionó alguna vez ¡Qué verde era mi valle!, pero eso ya lo
dejo para otro libro mío que escribiría llegado el momento si hubiera menester.
Flor de cactus es
una peli estadounidense del año 1969 que no llegaba a las dos horas de
duración, dirigida por Gene Saks con un guion del gran colaborador de Dios que
fue I.A.L. Diamond (basado en la obra teatral de Abe Burrows que había sido
estrenada en Broadway cinco años interpretada por Lauren Bacall) y cuya música
original estuvo compuesta por Quincy Jones (donde el tema central, The Time For Love Is Anytime, lo cantaba
Sarah Vaughan). Protagonizada por Walter Matthau, Ingrid Bergman y Goldie Hawn,
esta última obtuvo aquel año por su interpretación el Oscar a la Mejor Actriz
de Reparto.
De lo poco que tiene que ver con la tragedia moralizante que
hemos visto que es Genoveva de Brabante,
da buena muestra la sinopsis que de Flor de
cactus se escribió en la utilísima web cinematográfica Filmaffinity y yo copio:
“Julian Winston (Walter Matthau) es un
soltero cuarentón que va por la vida de seductor. Su última amante es la
caprichosa e infantil Tonie Simons (Goldie Hawn), a la que hace creer que está
casado y tiene tres hijos, es decir, que no es libre para casarse con ella.
Julian es dentista y tiene una recepcionista sueca llamada Stephanie Dickinson
(Ingrid Bergman), que lleva diez años desviviéndose por él.”
Desde la reinvención de las fábulas del Antiguo Régimen que
hicieron los románticos nacionalistas del siglo XIX hasta el modernismo
preposmoderno de los comediantes norteamericanos de la segunda mitad del siglo
XX. Desde la leyenda novelada siglos después de una mujer paradigmática de lo
que los hombres, y muchas mujeres, pretendieron que creyéramos que solo podían
ser las mujeres, hasta la sátira sobre lo innecesario del amor en los tiempos
vertiginosos del siglo de las guerras mundiales, la bomba atómica y el
rocanrol.
Mi madre no vio nada de eso en Genoveva de Brabante ni en Flor
de cactus, seguro. No supo verlo porque nadie le enseñó a verlo ni a saberlo,
nadie se molestó en que fuera poco más que una buena mujer bien casada y una
buena madre bien casada. Mi madre, Cuca, aprendió de la vida lo que necesitó
para ser lo que ha sido sobradamente: una magnífica madre. Yo, egoístamente,
sólo puedo estar agradecido a eso.
Lo que encandilara a mi madre de aquella historia de regustos
medievales, antigua en cualquier caso, mortecinamente eterna en sus
pretensiones de perpetuación de un estereotipo tan dañino como es el de la
mujer honesta pero sometida al varón, lo que la encandilara de la película de
Hawn que nunca he visto, pero que tendré que ver, al menos antes de acabar de
escribir todo esto que estará dando en ser yo que sé, tal vez una novela,
serían emociones indescifrables que yo ahora tendré que imaginar, inventar,
porque ayer mismo la pregunté por Genoveva
de Brabante y Flor de cactus y no
me supo decir nada de ellas, ni supo decirme si sabía de qué la estaba
hablando: ya conoces la poca memoria que tengo, hijo, fue toda su respuesta a
mi interés por saber por qué la novela de Schmid y la película de Saks fueron
durante mucho tiempo, sobre todo el libro, algo que sin duda habría hecho algo
con su alma, alguna de esas cosas que hacen los libros y hacen las películas
con nuestras almas para que nuestras almas sean un poco nuestros depósitos
emocionales, nuestro baúl de la felicidad.
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