Genoveva de Brabante y Flor de cactus flotando en el alma de Cuca

Genoveva de Brabante.
Una novela.
Flor de cactus.
Una película.

Durante muchos años, hasta la época en que fuimos toda la familia, mi padre, ella, mis hermanos y yo, a ver al cine El bosque animado, Los santos inocentes, La vaquilla o Peggy Sue se casó y a mi madre le dio por leer y la regalamos varios libros, Cuca sólo hablaba en materia literaria de un libro y en cuestión cinéfila de una película. Genoveva de Brabante era la novela, el libro, y Flor de cactus la película.

No consigo recordar qué era lo que le había impactado de aquel relato y qué lo que le había gustado de aquella película. Pero bien puedo imaginarlo…

Genoveva de Brabante. Sé que existe una edición de 1930 de la adaptación infantil en forma de cuento que un tal Cristóbal Schmid escribió para la Biblioteca para Niños del editor Ramón Sopena, y puedo creer saber que un volumen del mismo es el que mi madre leería seguramente cuando aprendía eso que ella aprendía en la escuela que las monjas Trinitarias tenían en Suances, en su convento cercano a la casa de mis abuelos, derruido en los años 70. Schmid era un párroco alemán de antes de Alemania llamado verdaderamente Christoph von Schmid, nacido en 1768 y muerto, ya digo, antes de que pudiera hablarse con propiedad de Alemania, en el año 1854. Daba clases en el pueblito bávaro de Thannhausen, y al parecer de cuanto publicó lo que alcanzó más fama que su adaptación de las cuitas de la de Brabante, el libro suyo que dio en tener más aceptación, más recorrido, fue Canastillo de flores, del que he podido saber que en 1900 existía una edición española dada a la luz por el de los cuentos de Calleja: Saturnino Calleja Fernández.

Tengo constancia de que en 1866, traducido por José Arroyo y Almela, el editor barcelonés Juan Roca y Bros publicó la Genoveva de Schmid en castellano. Pero también hay una edición, barcelonesa asimismo, de Librería de Estevan Pujal, dieciséis años anterior.
Bueno, a lo que voy… Genoveva de Brabante es además la protagonista de una obra de teatro escrita en 1843 por Hebbel, una ópera de 1848 nada menos que de Robert Schumann y una opereta compuesta en 1859 por Offenbach. Todos ellos germanos.

“A vosotras, buenas madres, va principalmente dedicado este librito, a vosotras, las que sois sensibles a todo lo honesto y hermoso, y que tenéis por lo más bello de la tierra nuestra sacrosanta religión…”

Así comenzaba Schmid su Genoveva de Brabante, fundada en una leyenda medieval que cuenta los avatares de una heroína, y que, por decirlo finamente, es un magistral ejemplo de aquellas obras de aquellos tiempos decimonónicos tempranos en los que asistimos a la formación de un arquetipo femenino literario, pues el modelo encarnado por su protagonista es nada más y nada menos que una casta esposa a la que la falsa acusación de un pretendiente rechazado la lleva al repudio de su esposo.

Magdalena Maurici Frades, que en 2008 escribiera sobre Genoveva para el Bulletin Hispanique, nos resume su argumento:


“En principio, la leyenda cuenta como Geneviève de Brabant o Genoveva de Brabante se halla casada con el príncipe del Palatinado, Sigfrido de Trèves. Alejado, este último, de sus tierras en ayuda de las tropas de Carlos Martel, que se halla en el intento de ganar Narbonne a los sarracenos, deja a su esposa, Genoveva, bajo los cuidados de su mayordomo Golo. Éste, desleal a su señor, se dedica a cortejar a Genoveva; Golo, al sentirse despreciado por la condesa, urde una horrible venganza: desembarazarse de Genoveva y del hijo que acaba de dar a luz. Para tal cometido manda a dos criados para que ejecuten la abominable acción de matar a Genoveva y a su hijo. Los dos criados se compadecen de su infeliz señora, y así le perdonan la vida, y del mismo modo, como el perverso Golo ha pedido que se le muestre la lengua de la infeliz víctima, traman presentarle la lengua de un perro, en vez de la de Genoveva, como había exigido el traidor Golo. Sigfrido recibe las nuevas de la infidelidad de su esposa y de su posterior castigo. La tristeza invade el ánimo del marido. Transcurridos seis años, el conde sigue en una cacería a una gacela que resulta ser la que ha amamantado al hijo de Genoveva. En su carrera, el conde Sigfrido encuentra finalmente a su esposa e hijo. Se castiga finalmente al traidor Golo. Finaliza la narración con la muerte de Genoveva, a la que se venera como si fuese una santa. La gruta en la que vivió tantos años recluida se convierte en un santuario, de la que se convierten en sus fieles guardianes su marido e hijo.”

Pero, ¿por qué mi madre sólo mencionó de cuanto leyera en su infancia ese libro? ¿Por qué fuera el único que leyó hasta que ya nos tenía a mí y a mis hermanos criados?
Piensa, Jose, piensa…

Mientras ideo, sin mucha confianza, todo hay que decirlo, qué era lo que obligó a su memoria a dejar en el cerebro de mi madre aquel cuento de la germana medieval santificada legendariamente, me voy a ver Flor de cactus, la única película de la que recuerdo haberle escuchado alguna vez a Cuca hablar como algo memorable, divertido… Aunque, ahora que caigo, también mencionó alguna vez ¡Qué verde era mi valle!, pero eso ya lo dejo para otro libro mío que escribiría llegado el momento si hubiera menester.

Flor de cactus es una peli estadounidense del año 1969 que no llegaba a las dos horas de duración, dirigida por Gene Saks con un guion del gran colaborador de Dios que fue I.A.L. Diamond (basado en la obra teatral de Abe Burrows que había sido estrenada en Broadway cinco años interpretada por Lauren Bacall) y cuya música original estuvo compuesta por Quincy Jones (donde el tema central, The Time For Love Is Anytime, lo cantaba Sarah Vaughan). Protagonizada por Walter Matthau, Ingrid Bergman y Goldie Hawn, esta última obtuvo aquel año por su interpretación el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto.

De lo poco que tiene que ver con la tragedia moralizante que hemos visto que es Genoveva de Brabante, da buena muestra la sinopsis que de Flor de cactus se escribió en la utilísima web cinematográfica Filmaffinity y yo copio:


“Julian Winston (Walter Matthau) es un soltero cuarentón que va por la vida de seductor. Su última amante es la caprichosa e infantil Tonie Simons (Goldie Hawn), a la que hace creer que está casado y tiene tres hijos, es decir, que no es libre para casarse con ella. Julian es dentista y tiene una recepcionista sueca llamada Stephanie Dickinson (Ingrid Bergman), que lleva diez años desviviéndose por él.”

Desde la reinvención de las fábulas del Antiguo Régimen que hicieron los románticos nacionalistas del siglo XIX hasta el modernismo preposmoderno de los comediantes norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Desde la leyenda novelada siglos después de una mujer paradigmática de lo que los hombres, y muchas mujeres, pretendieron que creyéramos que solo podían ser las mujeres, hasta la sátira sobre lo innecesario del amor en los tiempos vertiginosos del siglo de las guerras mundiales, la bomba atómica y el rocanrol.

Mi madre no vio nada de eso en Genoveva de Brabante ni en Flor de cactus, seguro. No supo verlo porque nadie le enseñó a verlo ni a saberlo, nadie se molestó en que fuera poco más que una buena mujer bien casada y una buena madre bien casada. Mi madre, Cuca, aprendió de la vida lo que necesitó para ser lo que ha sido sobradamente: una magnífica madre. Yo, egoístamente, sólo puedo estar agradecido a eso.

Lo que encandilara a mi madre de aquella historia de regustos medievales, antigua en cualquier caso, mortecinamente eterna en sus pretensiones de perpetuación de un estereotipo tan dañino como es el de la mujer honesta pero sometida al varón, lo que la encandilara de la película de Hawn que nunca he visto, pero que tendré que ver, al menos antes de acabar de escribir todo esto que estará dando en ser yo que sé, tal vez una novela, serían emociones indescifrables que yo ahora tendré que imaginar, inventar, porque ayer mismo la pregunté por Genoveva de Brabante y Flor de cactus y no me supo decir nada de ellas, ni supo decirme si sabía de qué la estaba hablando: ya conoces la poca memoria que tengo, hijo, fue toda su respuesta a mi interés por saber por qué la novela de Schmid y la película de Saks fueron durante mucho tiempo, sobre todo el libro, algo que sin duda habría hecho algo con su alma, alguna de esas cosas que hacen los libros y hacen las películas con nuestras almas para que nuestras almas sean un poco nuestros depósitos emocionales, nuestro baúl de la felicidad.

[este texto forma parte de mi segunda novela, en proceso de escritura]

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