¿Para qué escribimos?

Cuando pregunté en mi perfil en Facebook PARA QUÉ ESCRIBIMOS no sabía que me iba a quedar como estaba, o mejor dicho, no sabía que se iba a cumplir mi vaticinio, ese que todos intuimos y que dice que no sabemos por qué escribimos pero, como somos ingeniosos, sí sabemos camuflar con alguna argucia las razones de ese esfuerzo por comunicarles a los demás por medio de las palabras escritas lo que se nos pasa por la cabeza, lo que nos surca, a veces, el corazón y lo que, en las mejores ocasiones, llevamos anudado al alma como un hueso en la boca de un perro feliz.

Al parecer, lo necesitamos, es parte de nosotros, como fue leer, como sigue siendo leer.

Escribimos para vivir. O, mejor dicho, para seguir viviendo. Así, en resumen. Eso dijo alguien, todo eso, y hubo quienes hablaron de un proceso vital ineludible, esencial, y se explayó escribiendo que escribimos para coger aire, como hubo quien se preguntó retórico y retador ¿para qué respiramos?

Comunicarse parece la razón fundamental de la escritura, o al menos ese fue su origen, pero sólo uno de vosotros afirma que escribimos para conocernos.

Para huir. No lo dijo así nadie, pero quedó implícito en el escritor que escribió que escribía “para repensarme, para olvidarme de mí, para repasar a otros”, y certificó rumboso (o rumbosa): “soy lectura de oficios, mi propio oficio”. ¿Qué querrá decir eso? Para proyectarme, para dar salida a una afición, redundó alguien; para explorar otros mundos, se lanzó otra persona.

Hubo quien recurrió a un clásico vivo, Muñoz Molina, quien al parecer ha dejado dicho que escribimos (imagino que él, yo desde luego no) para confesarnos y para escondernos.

Un buen resumen universal de las razones de la escritura a lo largo de los tiempos es el que nos dejó quien quiera que dijo que escribimos para reordenar pensamientos, sentimientos, emociones y sensaciones, y para soñar, también.

Para soltar emociones, para soltar lastre. Dos personas escribimos algo tan parecido: ella y yo. Respectivamente.

Pero había que dejar esa impronta poderosa de la ameritada escritura de los escritores que escriben en pos del dios de la literatura y por eso no me extrañó leer que hubiera quien afirmara escribir para liberar el alma, ni quien, hiperbólico, se desnudara con un “para ser inmortales”. Inmortales.

Como forma de ser feliz, o al menos, como manera de no ser infeliz, también, y así he podido leer a quien escribió que escribe para sentirse bien, para liberarse, para no caerse mal, y a quien dice escribir para expresar lo que siente, sentirse mejor y disfrutar de la armonía y belleza de las palabras; especialmente, cuando reflejan estados anímicos.

No entendí muy bien eso de que si no tienes arreglo, escribe... Sí, lo escribió alguien. Pero sí comprendo eso de que se pueda escribir porque un día en la infancia descubriste que iba a ser así. 

Aunque yo no era ya un niño cuando di en que escribir molaba, y leer lo que yo escribía le molaba a los demás. A algunos demás.

Y luego están los pintores surrealistas que dicen escribir para dibujar ideas, los que seguro que no lo son pero se tienen por chiflados y creen escribir para decirle a otro loco que está tan loco como él o dicen escribir para sentirse de vez en cuando un equilibrista porque es agotador ser siempre un desequilibrado.


Por último, tenemos a quien escribe con un objetivo fijo en su mente, con una clara idea de la utilidad de la escritura: terminar (algún día) la tesis. ¿Tesis, qué tesis?

Comentarios

Entradas populares

Los textos incluidos en este blog son propiedad exclusiva de sus autores. Se permite su uso y reproducción, siempre y cuando se respete su integridad, se cite la fuente y su utilización no busque fines comerciales ni implique la obtención de ingresos económicos de cualquier tipo.