Si en la primera novela de la trilogía ‘Berlin Noir’ aprendí
que los nazis fueron "un grupo de gánsteres", en la segunda
perfecciono mi conocimiento sobre aquella pandilla de alemanes de vertedero al
añadir su condición de psicópatas al elenco de todas las malditas cosas que
eran.
Philip Kerr crea, recrea y hace vivir en las páginas de
muchos de sus libros al detective berlinés Bernard Gunther para trasladarnos a
los años de la Alemania gobernada por unos gánsteres psicópatas que pretendían
dominar el mundo.
En su segunda novela como protagonista, Pálido criminal, Gunther se muestra como el machista homófobo que
es para perfilarse como un personaje literario de primer orden, tan de verdad
como puede ser alguien salido de la imaginación de un escritor notable que sabe
que la literatura es mucho más que el dominio de del oficio de escribir, que sabe
que la literatura es en realidad uno de los mayores entretenimientos culturales
que el ser humano haya inventado jamás.

Al igual que Gunther, respiramos “el caliente vapor de la
caediza muerte” y, al igual que Kerr, nos parece “poder gustar el final
definitivo de todas las cosas”.
Clásicos los clásicos, como Philip Kerr.
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