De naciones, estados, plurinacionalidades..., de Ignacio Pérez Aldecoa

La nación no es un simple desideratum. Veamos: durante la Guerra Civil española (1936-1939) hubo dos Estados en un país llamado España, pero seguía habiendo una única Nación, a pesar que desde uno de esos Estados se señalase al otro como la antinación, por haberse arrogado ellos el calificativo de nacionales, sin embargo desde el extranjero se les llamaba nacionalistas, por ser el nacionalismo español el elemento ideológico más confluyente en esa parte. El otro Estado que luchaba por sobrevivir, a pesar de las diferencias políticas entre quienes lo sostenían, nunca dejó de asumir la representación legítima de la Nación española, la cual no era otra que la Segunda República.

El Estado es la realidad jurídico-política en la que se configura una nación, bien como resultado del devenir histórico (que es accidental, pero no por ello inexplicable) o bien por intervención de factores ajenos al mismo (aunque transcurrido el tiempo también son producto del devenir histórico. Vgr. Crimea). A principios del siglo XIX Polonia no existía como Estado, pero seguía siendo una nación. A principios del siglo XX Polonia era un Estado nacional polaco con varias minorías "nacionales" y "étnicas" en su seno, en diferente grado de territorialización.

La nación para los nacionalistas es un desideratum, pero la nación para sus nacionales es una realidad, independientemente de que tengan o no Estado o de que sean nacionalistas o no. En términos aristotélicos, la Nación sería la materia y el Estado la forma, pero en términos platónicos sería al revés; la Nación sería la idea, esencia pura y eterna, y el Estado sería la cosa, limitada imitación material de la idea de la cual participa. La nación platónica" es la de los nacionalistas de todo tipo. La nación aristotélica es la de todos los demás que, sin ser nacionalistas, son conscientes de que su nacionalidad es algo más que los documentos acreditativos que extiende un Estado.

Yo no creo en la existencia de una nación solo porque me lo han contado, sino porque creo haberlo experimentado. Si fuera todo una cuestión de fe, y dado donde yo he nacido y vivo, pues creería que la nación a la que pertenezco fuese otra, porque es la nación la que me posee a mí.

Me hace mucha gracia cuando se habla de territorialidad y se hace referencia a una geografía ideal, invariable y eterna (desde el Ebro hasta el Adour o desde el Rosellón hasta Orihuela), como si solo ellos vivieran en ese espacio o lo hubieran poseído siempre, tanto la tierra como a los que la pueblan.

Cuando se habla de plurinacionalidad, quienes han descubierto este concepto como un nuevo banderín de enganche, si no político, al menos electoral, siguen hablando de territorios "ocupados por naciones diversas, pero solo una soberana" (la Santísima Trinidad hecha política) y no se les ocurre hablar de otra gente que la que representa a la etnia inspiradora del nacionalismo hegemónico, sin tener en cuenta "la realidad nacional de la mayoría social" y hablando de naciones mucho más homogéneas y "uniformes" que la denostada (por plurinacional y opresora) España.


Estoy harto de escuchar tonterías de ese pelo a quienes por aspirar a gobernar son capaces de construir castillos en el aire, de los que solo algunos se van a beneficiar.

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