D-E-M-O-C-R-A-C-I-A

Una palabra terrible, no por fea, pues es muy hermosa, no por cruel, que es aparente justicia y necesidad. Democracia es un vocablo antiguo, occidentalmente antiguo, griego y remoto, pero de uso real muy reciente. Demasiado reciente. Su patria verdadera no es la Grecia clásica, ni mucho menos: es el Reino Unido que ahora ha decidido dispararse en un pie con ella, con su utilización incorrecta, con su versión populista y rousseauniana basada en la consulta al pueblo, en el pretendido paradigma de la democracia que nunca es un referéndum.

Y democracia es lo que se supone que empleamos los españoles para reelegir a quienes la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles seguramente detesten o, cuanto menos, consideren incapacitados para gobernarnos ante su estrecha relación con los procesamientos judiciales y con el derribo innecesario del Estado de bienestar. Y ya es curioso que se elija para gobernar el Estado a quienes más opciones tienen de adelgazarlo de entre las propuestas partidistas con posibilidades de victoria electoral. Pero ese es otro cantar (y ya sabemos que a veces, algunas veces el cantor tiene razón).

Se suele diferenciar entre la democracia formal y la ideal, pero claro al final sólo existe lo real, lo cierto, y lo cierto es que no conozco ni un solo país donde no funcione otra democracia que la democracia formal, aquella en la que las formas y el protocolo dominan sobre la aparente esencia de la democracia, que es el voto no mediatizado de todos los ciudadanos libres. Hay distintos niveles dentro de esa democracia formal (recordad Corea, del Norte, digo), claro está, y no parece que en España la mediatización del voto sea tal que podamos considerar que los españoles no son capaces de decidir con libertad de entre las posibilidades que el mercado electoral les presenta una y otra vez.

Con las (muchas) últimas elecciones generales españolAs tuvimos una dosis de democracia muy grande. Demasiada democracia para un país de países donde las voces excluyentes de los mesadores de cabellos profesionales, de los emigrantes que nunca se van, se hacen escuchar con sus grititos hipócritas de vencedores morales permanentes, de generadores de desprecio ambulante profesionales. 
Demasiada democracia para quienes tal vez sean los herederos de quienes se apropiaron de la palabra democracia para defender el asedio, que no fracaso, ojo, de la Segunda República española, cuando en realidad ellos mismos eran todo lo contrario a lo que se supone que es un demócrata: un tipo que acepta las normas de un juego antes, durante… y después de cada partido.

Bienvenidos a este país de países del que resulta difícil sentirse orgulloso. Pero no imposible. No olvidemos que quienes no votan nuestras opciones políticas son aquellos con quienes nos juntamos en los bares, pasean nuestras calles y compran nuestros libros o se suben en nuestros taxis o enseñan a nuestros hijos o nos venden seguros o…

Democracia es la palabra y sufragio universal sus apellidos.

Por cierto:

ay, demócratas sin democracia
cómo despreciáis a los que no son como vosotros
tan listos, tan cultos, tan sutiles
con vuestra boca siempre llena de democracia
no entiendo vuestra pose fetén y vanguardista
o sí, sí la entiendo
porque eso es lo que sois
elitistas autoproclamados elite
campeones de la vigilancia desde vuestra atalaya
rodeados de pueblo pero sin gente
demócratas ignorantes
sólo sabéis que sólo lo vuestro es ley
lo demás, es ignorancia

Y como colofón, ya que hablo de ignorancia, mi amiga la escritora Marisa Bou me tiene dicho que “la ignorancia es la madre de todas las incoherencias, que hace falta un pueblo mejor educado para saber utilizar la democracia”.

Y creo que ya está.

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