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El asesinato de Federico García Lorca

En el año 2025, se tuvo noticia de que el escritor español Luis Rosales había dejado sin publicar una obra de teatro escrita en 1946, cuya autoría compartió con el también poeta Alfonso Moreno Redondo. La profesora de Literatura de la Universidad de Barcelona (y experta en Luis Rosales, además de autora de artículos y coautora de libros especializados en la literatura en español) Noemí Montetes-Mairal encontró aquel texto, por pura casualidad, mientras consultababuceabanavegaba en el Archivo Histórico Nacional. Cuando la escribieron, aunque al parecer la preeminencia creativa de la obra pertenece mucho más a Rosales que a Moreno, hacía siete años que había terminado la Guerra Civil española... Y diez del asesinato del amigo de Luis, Federico. Federico García Lorca.


José Caballero: Secuencia de la caída en el fusilamiento de Federico García Lorca, 1974.

García Lorca, es sabido, había sido escondido en la casa de los Rosales para salvarle la vida cuando se sabía de su persecución por las hienas amparadas por los golpistas causantes de la guerra. Sin éxito.

¿Por qué? es el título de esa obra dramática escondida (que no es de extrañar que no viera la luz dado su contenido claramente contrario a las maneras autoritarias del régimen franquista), donde se incluye un pasaje (de la escena tercera del primer acto) que, a decir de Montetes-Mairal, “revela el atormentado estado de ánimo del poeta, consumido por la culpa de haber sobrevivido”. En él se puede leer cómo un personaje, llamado como Rosales, Luis, e identificable sin demasiados reparos con él, dice:

 

“No puedo proceder de otra manera. Un deber de conciencia me obliga a ello. Nunca lo dije a nadie, pero hay algo en mi vida que necesita esta reparación. (Recordando). Hace ya muchos años. Era yo joven y pertenecía en mi país a un club revolucionario. Era entonces la moda. En los días de la revolución... yo delaté a un hombre, al General Krodar, que se encontraba refugiado en mi casa. Le costó la vida. Yo creí que era una obligación de justicia revolucionaria, pero desde entonces su recuerdo ha perturbado mi conciencia. Me repetía continuamente la palabra infamante: ¡Eres un delator! ¡Eres un delator!”.

 

No, Luis Rosales no delató a su amigo Federico, pero aquí hay una evidencia de la tragedia emocional que todo aquello le supuso ante la muerte ignominiosa del autor de Poeta en Nueva York.

Aquella culpa inmisericorde del pudehaberhechomás. Pude haber hecho más. Cuando ya nada en la vida de alguien importa más que aquella laceración.

Diez años antes de que saliera a la luz aquella obra de teatro de Rosales y Moreno, el relevante periodista cultural español Rafael Narbona publicaba los quince relatos que formaban parte de su libro El sueño de Ares, su particular y muy literaria manera de enfrentarse y enfrentarnos a la violencia vivida durante el siglo XX.

En el prólogo al libro, el profesor Jaime González Galilea dice de Narbona, a quien conoce bien, “que pertenece a la raza de los indomables, de quienes se entregan con audacia a los mayores atrevimientos, a saber: declarar con sinceridad y vehemencia sus convicciones....”

 

“Proclamar a los cuatro vientos sus errores, no esperando el perdón o la aprobación de nadie, sino por mera honestidad en su incansable búsqueda de la verdad. Practicar la crítica literaria en un periódico con responsabilidad y elegancia, aplicando, si es el caso, la paciencia antes que el anatema. Estremecerse con el dolor de los desprotegidos. Ser profesor de filosofía por oposición y obtener el cariño de sus estudiantes. Hallar a Dios en un mendigo de la Gran Vía. Explicar públicamente sus experiencias con la bipolaridad. Ser, en el buen sentido de la palabra, bueno. Acariciar por igual a perros, gatos y serpientes. Acariciar el filo de una navaja. Mirar a los ojos a la muerte y aplazar indefinidamente la cita hasta otro día. Día que yo espero esté todavía muy lejano para este quijote curtido en mil batallas y mil lecturas.

Así es el letraherido Narbona, en perpetuo combate con la escritura y consigo mismo. Lidiando para delimitar las ideas con exactitud y para expresarlas en buen estilo literario”.

 


Pues bien, a lo que voy... En El sueño de Ares encontramos el relato titulado ‘El llanto por un poeta’, dedicado al asesinato de Federico García Lorca.

 

“Esta noche hemos fusilado a cuatro hombres: dos banderilleros anarquistas, un maestro ateo y un poeta”.

 

Quien nos habla en el cuento, no olvidemos que es lo que es, un cuento, es uno de los miembros de aquel pelotón de fusilamiento. Y aún olvidando que no es más que ficción, ya sabemos lo que pretendemos quienes la escribimos, la ficción, explicar como mejor sabemos aquello que imaginamos que pudo haber ocurrido y aquello que no ocurrirá jamás fuera de lo que contamos. A veces a la vez. Así que no perdamos de vista en el relato de Narbona lo que sabemos que se sabe de aquello que cuenta. Atentos, pues...

 

“El poeta tenía el rostro blanco. Le habían detenido en pijama y no le habían permitido cambiarse de ropa. Parecía ausente, con la mente perdida en un lugar lejano. Estaba asustado, con los ojos hacia dentro, ensimismado.

Antonio Benavides está loco. Disfruta con esto. No le conocía hasta que se incorporó voluntariamente a mi pelotón. Es primo lejano de García Lorca. Hay un viejo encono entre sus familias. No dejó de insultarlo durante todo el trayecto. Le llamaba maricón, rojo, escritorzuelo”.

 

Ojo, leo en el diario malagueño Sur del 17 de julio de 2011 (en su versión digital), que “Benavides era nieto de la hermana de la primera mujer del padre de Federico García Lorca”. Y tan primo lejano... También que, eso sí, era primo de José Benavides, quien a todas luces era el Pepe el Romano de la obra teatral de Federico La casa de Bernarda Alba, “en la que tanto empeño puso el poeta para agraviar a la familia Roldán Benavides y a los Alba”.

 

Prosigue el narrador del cuento de Narbona:

 

“Mientras circulaba el Buick, no cesaba de preguntarme en qué piensa un poeta cuando se aproxima a la muerte. No he leído sus libros y no creo que lo haga en un futuro. Imagino que los prohibirán. Ya se han quemado muchas bibliotecas. No me interesa la poesía, pero me gustan las coplas”.

 

Aquel hombre se ve en la obligación de justificar algo que en realidad le angustia, matar a sangre fría a otro ser humano, y nos dice:

 

“Los rojos queman iglesias, matan a los curas, ocupan las tierras. En la guerra, se gana o se pierde y la victoria no se consigue sin derramar sangre. A veces mueren inocentes, pero esos hombres no eran inocentes. Los banderilleros lucharon en el Albaicín, el maestro no creía en Dios y García Lorca era partidario de la República”.

 

Pero, al leerle, sabemos que como justificación no sirve esa retahíla de simplezas, si acaso como explicación.

El caso es que “los reos bajaron al hoyo mientras les apuntábamos” y García Lorca, “con los ojos llenos de lágrimas, gritó con desgarro: ¿Por qué hacéis esto? ¿Por qué nos tratáis así?

¿Por qué?, como el título de la obra de Rosales desenterrada de entre los muertos en el año 2025, casi ochenta años después de aquella aberración española, la que permitió que al cabo de aquel destacamento en la Granada del verano del 36 le gruñera al que nos cuenta el cuento de Narbona que ellos estaban en el frente porque lo que hacían era librar a España de gentuza, pues lo que no podían olvidar es que “los intelectuales a veces hacen más daño que las pistolas”.

Y de eso iba todo aquello. De gente que estaba convencida de que las ideas son más peligrosas que la muerte.

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