El historiador español Justo Serna acaba por reflexionar, en su divertido y muy analítico relato ‘Fútbol agónico’ (escrito expresamente para un volumen dedicado a las víctimas de la dana que asoló Valencia en 2024, publicado al año siguiente con el título de La pelota sí se mancha: 101 historias del fútbol mundial por la Fundación Vinatea Editorial con fines exclusivamente benéficos), sobre el gastadamente llamado deporte-rey usando al conferenciante que lo protagoniza, quien dice que “el lenguaje del fútbol es guerrero, sin que este juego sea una guerra. Tras las reglas hay un hecho bélico, quizá violencia irreal. Es más: quiero pensar que el deporte es un espacio de civilización en el que los antiguos contendientes que a mamporros se mataban ahora libran combates incruentos…” Que, “en efecto, el fútbol es uno de los sucesos contemporáneos que mejor representa y restaura la agonía que es siempre vivir y enfrentarse al otro. Lo agónico —prosigue— no es la guerra sin preceptos, sin mediación, sin arbitraje. Es, por el contrario, un modo refinado de resolver los conflictos o de representarlos para suavizar sus efectos más dañinos”. Y añade que “es una especie de ordalía personal en la que cada uno se somete a un juego consigo mismo, una especie de lucha con el propio cuerpo para comprobar si es capaz de vencer”. Aclara a continuación que “tendemos a pensar el fútbol sólo como una prueba colectiva, como una manifestación de las identidades comunitarias (que si Brasil, que si Alemania, etcétera)”, pero “visto de cerca, es sobre todo un ejercicio individual de resistencia, de camaradería. Los espectadores viven de manera indirecta, por persona interpuesta, esa ordalía de cada jugador”.
Serna, su conferenciante, es
consciente de que “examinar el fútbol en lo que tiene de espectáculo no es
hacer psicología de machotes eventualmente violentos, sino una tarea sutil de
la inteligencia”. Sabe que para quienes aman el fútbol, lo disfrutan, lo
siguen, “la pelota es su corazón, el órgano que les bombea comunidad y fluidos.
Por eso, por ser fuente de identificación colectiva y de afirmación, es por lo
que puede ser potencialmente violento”.
Considera que los hinchas “hacen inversiones pasionales y, por ello, cualquiera puede agredirles muy hondamente”. Recurre a Umberto Eco, quien dijo en La estrategia de la ilusión que “se puede ocupar una catedral y sólo habrá algún obispo que proteste, algunos católicos conmocionados, un grupo de disidentes favorables, la izquierda que será indulgente y los laicos históricos (en el fondo) felices”. Pero, sostiene Serna, interpelando a quien lo lee (su conferenciante interpela a sus oyentes): “ahora bien, supongamos otra circunstancia, dice mientras eleva el tono de voz: ¿se imaginan un estadio de fútbol ocupado por un grupo de fanáticos dispuestos a todo? Nadie se sentiría solidario con los ocupantes. Todos verían que algo muy grave se ha roto”.
Su conclusión, la de los dos, el
conferenciante del relato y por ende el propio Serna, es que…
“El fútbol es
civilización. Es una representación de la contienda y del conflicto que ha
excluido la violencia más primitiva y los mamporros sin normas”.
[Este
texto sobre el relato de Justo Serna aparecerá en mi primer ensayo dedicado al
fútbol que confío publicar a lo largo del presente año 2025]
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