A Emilio Gavilanes
las has situado en ese sitio donde
encajan como sortijas
pero no me rindo
tengo que ponerte colorado, espero
que de afecto, del mismo afecto que te tengo y del que yo siento por tus frases,
por esa escritura tuya para viajar
muy cerca (a una infancia infecciosa) o muy lejos (a los años de los peces
antes de ser peces y saltar y mirarnos desde tus cuentos),
porque en tus cuentos a mí desde
luego los peces me miran y yo les miro a ellos.
No me da tiempo a entrar en la
fascinación que trazas porque el sortilegio es breve y somero,
es un envolverse en las gasas de las
vocales y de las consonantes,
un asirse con fuerza a la vida dentro
de una gota de ámbar, esa gota de ámbar donde consigues que todo lo que nos
muestras refulja, brille por un instante eterno y luego se desvanezca una y
otra vez ante nuestro sosiego,
nuestra paz de lectores anidados a
ese oficio tuyo que no necesita talleres ni herramientas distintas de las historias que los humanos nos contamos desde la noche de los tiempos
a la que nos llevas y de la que nos
traes como te da la real gana, la real gana de un mago vestido con camisa y con
zapatos de hombre cabal.
Todavía recuerdo la primera vez que te leí: no la olvidaré mientras sepa leer.
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