“La guerra cultural no existe, cultura es todo, la guerra cultural es la guerra de la incultura contra la cultura”. El magnífico escritor español Javier Pérez Andújar lo clava: CULTURA es todo. Pero… la guerra cultural, por tanto (ahí se equivoca), SÍ EXISTE. Es (entonces vuelve a acertar) la guerra de la incultura contra la cultura. La guerra entre quienes le quitan valor a cuanto es de todos contra quienes no aceptan que casi todo sea de unos pocos imbéciles.
Quién soy yo para decirle a mi admirado Javier que acierta o se equivoca.
Pues eso, alguien que le admira profundamente y hace suyas la casi totalidad de
sus palabras y sus ficciones.
Sobre la guerra cultural leí al historiador Ángel Luis López Villaverde, en eldigital.es, cosas muy sabrosas y contundentes. Estas:
“Hemos llegado a tal grado de
estulticia que la guerra cultural justifica cualquier barbaridad. Para los
negacionistas, antivacunas y demás fauna terraplanista la ciencia nos confunde
porque está al servicio de los poderosos. Un mensaje anticientífico que
refuerza, a su vez, la antipolítica y ofrece a sus devotos el monopolio de la
rebeldía. Una falacia que no dejaría de ser anecdótica si no nos fuera nuestra
propia supervivencia en ello. Obviamente, no es una cuestión española. Tras la
pandemia, la guerra de Ucrania y ahora el conflicto de Gaza, el mundo ha
entrado en el “modo Milei” –en referencia a quien se postula como uno de los
principales candidatos a la presidencia de Argentina—, caracterizado por la
“ira en medio de la confusión”, como lo ha definido brillantemente Enric
Juliana, el periodista que mejor enlaza historia y geopolítica.
El artículo de López Villaverde se titula ‘Nos quieren ignorantes’,
que es lo que “dicen quienes proyectan su sesgo cognitivo hacia los demás para
provocar otro sesgo, de confirmación, inmune a la refutación”. Es el mundo de
las nuevas supercherías, de las nuevas supersticiones, el de los nuevos
prejuicios que son siempre los mismos prejuicios, el alimento esencial del
populismo, “que permite a personajes histriónicos cabalgar a lomos de la ira y
de la confusión”.
No, no son aceptables todas las opiniones, y en lo que estoy de acuerdo con
él es en que todas las personas sean respetables. El respeto es una cualidad
ciudadana que se puede perder hasta los límites que la legalidad democrática
considera adecuados. Precisamente porque, como López Villaverde concluye,
“mantener el estado de derecho y un planeta habitable nos exige estar alerta”.
Cuando subió a Facebook ese artículo suyo, le comenté que no tenemos nada que hacer en una guerra cultural que se potencia a través de las redes sociales y se beneficia de que cuanto menos sabes más razón tienes. Mejor dicho, la razón es lo de menos, lo importante es gritar. Gritar bien. Gritar alto. Gritar claro. Y eso, añado ahora, quienes mejor lo hacen son quienes pierden el respeto que deberían merecer.
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